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No es habitual que los capullos sean además muy maliciosos, auténticos cabrones, y no por falta de ganas sino de habilidades y recursos. En general, para qué engañarnos, la mayoría de capullos son demasiado tontos para urdir maldades, y les falta valor para implementarlas. Sólo las amagan, las chamullan.

Por otra parte, a un capullo se le ve venir de lejos, y salvo que haga carrera en un partido político, donde sus cualidades suelen ser apreciadas, lo tiene muy crudo para portarse mal. O para portarse de cualquier manera que no sea como un capullo. Sin embargo, hubo una vez un capullo adelantado a su tiempo, muy innovador y a quien llamaremos simplemente el capullo para abreviar, que a lo capullo unía lo malvado, y a lo malvado lo mezquino. Se valía de su condición de capullo, y por tanto aparentemente inofensivo, para coger desprevenidas a sus víctimas y hacerlas picadillo.

Estamos hablando, claro está, de un líder de opinión, pero de opinión digital y muy rotunda, que es la que funciona. Habiéndose percatado por medio de su teléfono móvil de que en el mundo había millones de capullos idénticos a él, pero faltos de guía y estímulo, ya de joven comenzó a ascender por esa gigantesca pirámide de capullos tecnológicos, y conforme acumulaba millares de seguidores muy fieles a sus agresivas cabronadas, que le jaleaban con entusiasmo y multiplicaban por todo el orbe digital sus tajantes soflamas breves (los capullos pueden ser muy entusiastas si se les motiva adecuadamente), fue volviéndose cada vez más atrevido, y así hasta sacar al pedazo de hijo de puta que llevaba dentro.

Enormemente malicioso, decíamos. Precaveos, queridos niños y niñas, de los capullos que se crecen en la superioridad numérica, y si además de multitudinarios salen moralistas y severos, es fácil que a lo capullo sumen lo depravado. Como el capullo cabrón de esta fábula. Ahora bien, puesto que sus víctimas eran casi siempre otros capullos famosos, todo quedaba en casa y a quién le importa lo que ocurre en ese brumoso y brutal universo de capullos masivos. De hecho, al protagonista de esta fábula se lo cargó finalmente otro capullo más malicioso todavía. Siempre acaba apareciendo alguien así.