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El denominado fogó dels jueus es conocido en Mallorca. La gente de mediana cultura sabe que fue la hoguera encendida durante los autos de fe de 1691 para quemar a una treintena de judíos conversos, simplemente por haber renunciado a la nueva fe cristiana que se les había impuesto, y pretender huir de la isla.

Nunca los mallorquines medianamente cultos y además decentes, que no son pocos, han dejado de recordar los hechos, sobre todo poetas, autores teatrales y novelistas, como Carme Riera con Dins el darrer blau , y Llorenç Moyà con su pieza teatral denominada con el mismo título que el evento; una pieza que ha sido actualizada a modo de lectura dramática, por Toni Gomila en el 2016, con su representación en Palma y Binissalem.

Pues bien, aquellos trágicos Autos de Fe, así eran llamadas dicha ejecuciones ordenadas por la Inquisición, hace varios días los tuve que recordar porque en el supuesto lugar de los hechos, una manzana que da a la plaza Gomila, cuya superficie hasta hace poco estuvo ocupada por un espacioso chalet de los años veinte del pasado siglo, se está levantando un nuevo edificio al gusto de nuestro tiempo. Nada que objetar si el Ayuntamiento, Llegat Jueu y ARCA lo dan por bueno. Yo no soy partidario de sacrificar espacios urbanos ni derechos de propiedad en aras de ‘memorias históricas’ para colocar placas y monumentos. Todo lo contrario. Sin embargo no dejo de recordar aquellos tiempos, no muy lejanos, en que nuestro inolvidable Pep Mascaró Pasarius entraba en los jardines del antiguo chalet, pronto convertido en bloque de apartamentos y, con permiso de los dueños, buscaba restos de los Autos de Fe. Extrajo porciones de tierra y, tras mandar analizarlas, descubrió que su nivel de sustancias grasas era tan elevado que permitía suponer que sobre el perímetro de donde se habían extraído, se habían mezclado con la tierra cantidades importantes de restos humanos calcinados.

Yo no recomendaría a nadie, que se pusiese a buscar huesos calcinados en los alrededores de la plaza Gomila. La Iglesia mallorquina que tanta culpa tuvo en la memorización de los mismos, demonizando a sus víctimas y ensalzando a sus verdugos, ya pidió perdón de todo ello en su último Sínodo diocesano presidido por Teodoro Úbeda . Igualmente la actual bibliografía, bien en trabajos especializados, bien en manuales, ha sabido exponer la naturaleza de la tragedia, a sus autores y consecuencias. Entonces ¿qué nos queda por hacer en los momentos actuales? Yo diría que reflexionar a fondo para extraer lecciones cara al futuro.

El antisemitismo nunca desaparecerá, pese a que el pueblo judío haya demostrado sus virtudes, nacidas de su ancestral sufrimiento. Tampoco desaparecerá la islamofobia, hoy más iracunda que nunca, debido a la vinculación del Islam con el terrorismo y la violencia. Y sin embargo, judaísmo, cristianismo e islamismo ofrecen un ámbito común de verdades a respetar.

Creo en los ‘puntos de encuentro’. De ahí mi admiración hacia el judío Maimónides , el musulmán Averroes y el cristiano Ramon Llull , tres hispanos a la búsqueda de un Dios que es padre común de todos. Y detesto las estrategias del miserable poder político, poniendo las religiones a su servicio, desde Constantino el Grande , pasando por Carlomagno , Suleimán I , los Reyes Católicos y el denominado ‘Nuevo Orden Mundial’.