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El día de mi cumpleaños sufrí un duro traspiés. Es algo que no me esperaba. Hacia el final de la tarde, me fui con mi hija pequeña a uno de los parques del barrio. Dada la hora, el parque era todo nuestro. Mi hija decidió subirse a uno de los columpios y se me ocurrió que estaría bien acompañarla. Ella en uno y yo en otro, no se vayan a creer. Empecé a columpiarme, como cuando era un crío. Recordaba aquellos columpios de Porto Petro, donde pasé tantas tardes de mi niñez y donde casi me mato al caerme de espaldas. ¡Son tantas las batallitas que atesoramos!

A los pocos segundos de estar columpiándome, ¡oh, sorpresa!, empecé a sentirme mal. ¿Era posible que me pasara aquello a mí, el rey de los parques de atracciones, el que no conocía el significado de la palabra miedo? Me sentía mareado y con ganas de vomitar… ¡y no llevaba ni diez segundos balanceándome! Patético, no se me ocurre otra palabra. Y esto, queridos lectores, también es cumplir años.

Pero me siento feliz, pese al bochorno. Buenos días.