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Una retirada a tiempo es una victoria», decía Napoleón cuando veía que las cosas se ponían mal. Hoy dirían los psicólogos que una buena parte de la estrategia de Bonaparte consistía en distorsionar la realidad para hacer ver lo que no era. Nuestros políticos son expertos en estas fórmulas, de manera especial tras unos comicios electorales, de los que todos parecen salir victoriosos. Lo de Afganistán es la aplicación de manual del ‘Viejo Arte de la Guerra’. Veinte años haciendo ver que unos habían ganado cuando en realidad habían perdido. Es como si estás aguantando con las manos una pared que se está cayendo. La pared seguirá en pie hasta que se te agoten las fuerzas.

Occidente, los aliados, la coalición o como quieras llamarlo, ha perdido una guerra que ha durado veinte años y provocado una cifra incalculable de muertos, dolor y sufrimiento. Fue la guerra de las Torres Gemelas. Dos torres destruidas, dos décadas perdidas, dos campos de batalla asolados, doscientos mil muertos y dos mundos enfrentados. Comenzó con la ocupación de Afganistán por el ejército norteamericano y terminó esta semana con su retirada, como si nada hubiera pasado. Solo un político internacional, Josep Borrell, ha reconocido públicamente la derrota. Los demás han justificado lo injustificable y explicando lo inexplicable.

Y ahora qué, me pregunto, y no encuentro respuesta. Nos hemos quedado en silencio viendo las imágenes de los talibanes repartiendo burkas por las calles, ocupando los medios de comunicación y cerrando el comercio internacional. Tengo la impresión de que quienes reclamaban el cese de la invasión imperialista norteamericana son, en realidad, los que han ganado esta guerra. Al final, el imperio de Napoleón se vino abajo sin que nadie se diera cuenta. No me extraña que algunos quieran peregrinar al santuario de Waterloo.