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La vicepresidenta Yolanda Díaz alborotó hace unos días el gallinero con su sugerencia de cambiar el término patria por el más maternal matria. No salía de la nada la idea; al contrario, es bien antigua y quizá mucho más lógica si nos atenemos a la pareja que forman habitualmente las dos palabras que expresan ese concepto: madre patria. Sin embargo, no puedo estar de acuerdo. Porque cuando el concepto patria más se airea es en el momento en que hay que defenderla. Uno puede sentir por el lugar donde nació todo el amor del mundo, incluso sentirse orgulloso de sus raíces –una tontería, ya que no has movido un dedo para conseguirlas, vienen de fábrica– y reivindicar la belleza o la grandeza de sus paisajes, sus gentes, su gastronomía y demás. Pero eso no es ser un patriota. El patriotismo tiene una connotación militar, de defensa e incluso de ataque. Está relacionado con cuestiones simbólicas y vacías de contenido, como el himno y la bandera. De hecho, cuando un territorio equis ha ido cambiando de nacionalidad a través de la historia sus nativos han seguido sintiéndose igual de unidos a su terruño a pesar de ser ahora de un país y luego de otro. Entonces, la faceta más determinante de lo que consideramos patria está relacionada con los sacrificios que estamos dispuestos a hacer en su nombre, que no es otra cosa que una entelequia.

Antaño había que pasar una temporadita haciendo el servicio militar, donde te enseñaban a obedecer siempre las órdenes. Hoy solo se plantea en términos ideológicos, especialmente de enfrentamiento. Por eso no puedo estar de acuerdo con la vicepresidenta. Porque matria nos trae ecos de maternidad, es decir, de protección, de amor incondicional, de refugio. Una madre jamás enviaría a sus hijos a matar a los hijos de otras mujeres y mucho menos a morir. Eso es lo que exige la patria, que es un concepto masculino, que habla de valor, arrojo, disciplina, violencia y honor mal entendido. Los generales que enviaron a millones de soldados a la muerte han sido tradicionalmente hombres. Padres seguramente, pero no madres. Ahora también hay mujeres que ascienden en la escala militar y muchas de ellas serán madres. Me pregunto si estarían igual de dispuestas que sus compañeros varones a ordenar el sacrificio de miles de jóvenes que podrían ser sus hijos.