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Un día de estos, los de Memoria Democrática, si quieren tener un poco de credibilidad, tendrán que ir unos años más atrás de una Guerra Civil que nunca debió de llegar. Fue una barbaridad. Un golpe de Estado. Y hace años que escribí que los que fueron asesinados bajo la luna, al llegar la democracia, tendrían que haber sido enterrados en la dignidad de un cementerio. Pero hoy escribo que limitarse a ese recuerdo y no ir más atrás es de una ingenuidad de niño o interesada y, por eso, injusta. Porque no es justo que sean olvidados, y lo digo como católico y demócrata, los desmanes que fueron cometidos por parte de los progresistas contra la Iglesia y de los que nadie habla. Porque en tiempos de la ¿democracia? de la Segunda República y con el permiso de políticos a los que se les han sido dedicado calles –que les tendrían que ser quitadas–, fueron permitidos muchos crímenes que los de Memoria Democrática parecen haber olvidado porque aún no han sido ni investigados. Hasta se permitió la quema de conventos e iglesias sin que fueran defendidos por las fuerzas del orden.

¿O acaso no teníamos derecho a vivir los creyentes? ¿O no somos una parte del pueblo que vota y paga impuestos? Yo no obligo a nadie a creer en Dios, pero nadie me puede prohibir hacerlo. Todo pone en evidencia que la izquierda, en la Segunda República, se dejó arrastrar por un extremismo muy parecido al fascismo. Ese es el problema de fondo: los extremismos; todos los extremismos. Un hombre de un pueblo del norte de Mallorca me contó que durante la Segunda República la gente respetaba a los de derechas… Solo era que cuando estos pasaban por la calle les insultaban y que, a veces, de noche, les untaban de mierda las puertas de sus casas… «Pero eso no era nada…», me dijo aquel idiota que ya debía creer en la «libertad de expresión parcial» que han puesto de moda, con el permiso de Sánchez , los comunistas y las feminachistas; hablo de los que ahora nos dictan, a golpe de leyes, contra quién podemos faltar al respeto y a quién debemos respetar; otra censura interesada, otro fascismo solapado bajo una ¿democracia? Una Memoria pagada con dinero de todos, no puede ser amnésica sino exigirse una objetividad que, de momento, brilla por su ausencia.