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El periplo judicial del Estatuto catalán de 2006, que fue aprobado por las Cortes y en referéndum siguiendo el procedimiento establecido, acabó en 2010, con la sentencia que consideraba no constitucional el preámbulo en el que se definía a Catalunya como nación; aunque expresamente constara, en el texto, que aquella declaración no tenía eficacia jurídica interpretativa.

El agravio de la sentencia contra el Estatut, para la mitad del electorado de Catalunya, justificó una escalada antiestado que culminó en el ‘procés’. El referéndum del uno de octubre, no legal, pero sí representativo si se comparan los dos millones cuarenta y cuatro mil a favor de la independencia con el resultado de las elecciones del 155. En efecto, en las elecciones del 21-D de 2017 JuntsxCat, ERC y la CUP, partidarios de la independencia, obtuvieron dos millones setenta y nueve mil votos y la mayoría parlamentaria.

La frustración política del Estado, se fracasa cuando no se es capaz de proponer soluciones viables para desatascar los conflictos, se vio contestada por una espiral optimista del soberanismo que parecía surfear en el maremágnum de un Estado superado en su discurso y que solo podía oponer las fuerzas policiales y el poder judicial. Alguien debería recordar que la política es la ciencia de la negociación, y del acuerdo, para evitar la confrontación y la violencia insurreccional. Y que tirar de privación de derechos, y de encajes interpretativos de las leyes en juicios sumarísimos, son expresión del poder del Estado pero no, necesariamente, buenas soluciones.

Lo del ‘procés’ ha sido, evidentemente, una meta utópica por elevación de objetivos ilusorios. Relatos voluntaristas que llevan al límite las potencialidades del autocrecimiento personal. Se es lo que se quiere ser, y una épica nacional alimentada por el do it, se apoderó de un optimismo generacional, y divinal en el fenómeno Messi. Tras la vuelta a la realidad de los poderes fácticos Catalunya, como el F.C. Barcelona, están llamados a bajarse de la nube.

La sentencia del ‘procés’ y la reaparición de las derechas más conservadoras, nostálgicas del doctrinario franquista las más, han hecho tocar realidad de lo viable, como la marcha de Messi; iconografías perdidas que obligan a reenfocar a Catalunya hacia un nuevo relato que se encauce por encima de nostalgias perdidas y hacia metas superadoras del pasado en un nuevo desafío de país.

El Gobierno de la Generalitat parece haber tomado nota de la gravedad de la situación postpandémica, potscrisis no cerrada del 2008 y de la situación política española, europea y la geopolítica global. El pragmatismo con que se ha actuado al acordarse la ampliación del aeropuerto de El Prat muestra que se han aparcado los maximalismos para bajar a la arena de las actuaciones concretas. Solo falta que se encuentre el relato adecuado para devolver a Catalunya a la tarea colectiva que necesita para reconciliarse con su futuro.
Tras cada gran hito histórico, acontecimiento social, cultural o político Catalunya ha tenido que reinventarse para continuar siendo país de vanguardia de progreso. Llámese el ‘procés’, los Juegos Olímpicos o la contestación antifranquista con la Assemblea de Catalunya; la épica contra el fascismo durante la Guerra Civil, la declaración de la República Catalana dentro de la Federación Ibérica, la Exposición de 1929, la Setmana Tràgica, la Exposición de 1888, etc.

La marcha de Messi supone un cambio de era del barcelonismo que tendrá que volver a la humildad de centrarse en la cantera. Y, también, simbólicamente constituye una representación de la Catalunya del independentismo que tendrá que volver a picar pedra para reenfocar un soberanismo compatible con el nacionalismo de España.