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Puede que antes hubiera también muchos solitarios, pero si los había eran solitarios acompañados. Era entonces, cuando la sociedad se estructuraba a partir de la familia concebida como unión de personas de íntimo o muy cercano parentesco conviviendo en un mismo domicilio. En aquella época se vivía en una misma casa, bien o mal acondicionada, para acoger en convivencia a unas personas con unos mismos vínculos de sangre. Cada una de ellas podía sentirse más o menos acompañada (en las alegrías o en los momentos difíciles) por sus familiares más cercanos (padres, hijos, hermanos y hasta, a veces, abuelos).

Ya sabemos de qué modo los cambios económicos, sociales y morales actuales han repercutido en la familia tradicional. Desde el momento en que la mujer ha dejado de permanecer en el hogar con unos trabajos domésticos que eran solo de su incumbencia, los hijos se ven forzados a iniciar sus etapas escolares cada vez más pronto, fuera de casa, igual que les ocurre a los abuelos, que son acogidos y atendidos en residencias.
Pero son más los cambios habidos como consecuencia de la actual desmembración familiar y de la evolución de los códigos de conducta vigentes hasta hace poco tiempo. La liberación sexual no afianza precisamente al matrimonio. Si antes se respetaba (en general) el status de la mujer en cuanto a esposa y el del marido en el mismo sentido, dificultándose así correrías extramatrimoniales, ahora en cambio todo invita a aventurarse en lo que antes eran espacios privados. Es más que frecuente que si a un hombre le interesa una mujer, actúa siguiendo sus deseos y sin reparos en si está ella casada o no. Y lo mismo ocurre en sentido contrario, con mujeres que van a su propia caza.

Toda esta situación de cambios ha fragilizado al matrimonio tradicional. Ya son pocas las parejas que se comprometen ‘hasta que la muerte les separe’. Y son muchos los que viendo este panorama evitan comprometerse dados los riesgos existentes.
Lo que se desea es libertad mientras haya posibilidades múltiples de gozo en «elecciones más o menos selectivas», como diría Goethe. Pero como todo tiene su aspecto negativo, es evidente que no siempre se está en condiciones de disfrute sin impedimentos. Cuando disminuyen o desaparecen los encantos físicos y seductivos (por enfermedad o envejecimiento) aparece el espectro de la soledad, esta soledad que es marca ya distintiva de los nuevos tiempos y que no hará más que acrecentarse. Es la soledad que provocará a la vez nuevos cambios de organización social.

Ante estas transformaciones uno se pregunta si hemos mejorado o no con respecto al pasado. Lo cierto es que hoy tenemos lo que se ampliará todavía más: el descenso de la natalidad en nuestro mundo occidental hedonista, acorralado por otras sociedades y culturas ejercitadas en los sacrificios y enraizadas todavía en tradicionalismos que uno ya no sabe bien si son realmente positivos o negativos, aunque posiblemente sean ambas cosas a la vez. Como todo.