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Tras la exhibición de ignorancia de Pablo Casado en Mallorca al proclamar, como si fuese Pizarro dividiendo peruanos, que «vosotros no habláis catalán», no pocos veteranos del PP balear han recordado al hoy octogenario Gabriel Cañellas, el hombre que les dio una década larga de hegemonía partiendo de la cohesión social y de poner la lengua del Archipiélago por encima de trifulcas demagógicas. Cañellas impulsó la Llei de Normalització Lingüística y el reconocimiento del catalán como idioma propio en el Estatut. Su obra no se culminó. Hace treinta años intentó desmarcar su partido de la acorazada disciplina madrileña y crear Convergència Balear, una organización conservadora, defensora de los valores e intereses isleños y ligada sólo al PP estatal por razones estratégicas, pero jamás orgánicas. Madrid no habría podido mandar en Balears. Fracasó al no hallar suficientes apoyos entre los poderes fácticos isleños, a los que les faltó lucidez para ver la gran apuesta de futuro que significaba aquel avance del autogobierno.

En 1995 Aznar se cargó a Cañellas en la calle Génova fumándose un puro: «Gabriel te ceso por el bien de España». Ni el PP balear ni el propio Archipiélago se han recuperado jamás de aquel mazazo, ejecutado con prepotencia imperial. Los siguientes presidents baleares del PP fueron espinazos doblados ante el trono de Génova: Jaume Matas –hoy esfumado– y el después tránsfuga José Ramón Bauzá, que los arrastró a la más humillante de sus derrotas.

El recuerdo del legado de Cañellas sigue vivo contemplando a la dócil y sometida Marga Prohens pechando con las barbaridades del iletrado castellano viejo Pablo Casado. Cañellas jamás le habría consentido al caudillo de Génova venir al Archipiélago a echar bilis para intentar trocear una sociedad milenaria que necesita ser sólida, estructurada y solidaria para sobrevivir. Antes le habría rasurado la barba en seco.