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La juventud aparece ahora asociada a noticias sobre el aumento de los contagios, los botellones y sus secuelas de suciedad y molestias causadas a los vecinos de las zonas más afectadas. La respuesta ciudadana más común es pedir que intervenga la policía para detener la juerga de la calle y poder dormir o descansar. Pero una vez superado ese momento, ¿de verdad pensamos que se trata de un problema policial, que la juventud es irresponsable, egoísta y maleducada porque sí?

¿Nos hemos parado a pensar cuál es el modelo de ocio que se ha consentido y promocionado en aras del beneficio de las empresas turísticas, convertido en referente para los más jóvenes? ¿Qué otras alternativas de ocio se les han ofrecido? ¿Cuántos recursos se han invertido en ellas? ¿Cuál es la política institucional puesta en marcha, más allá de intervenciones policiales y aumento de multas?

Hablamos de una juventud con una tasa de paro en torno al 50 por ciento, con unas condiciones laborales precarias en extremo, que ni siquiera espera tener una pensión digna cuando llegue el momento y protegida en exceso por una generación de padres y abuelos que se han creído el falaz discurso de que ellos son la clase media, impidiendo que los jóvenes tomen conciencia de la realidad que les toca afrontar.

Las intervenciones policiales y las multas y sanciones no evitarán que se exprese la frustración de una generación que ve como se deterioran sus expectativas de vida y no acaba de encontrar la alternativa. ¿Cuándo nos sentamos a hablar de esto?