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Este martes –Santa Margalida se prodiga en efemérides, no solo astronáuticas– se cumplieron 140 años desde que el caudillo Toro Sentado se rindió a las autoridades caucásicas norteamericanas resignándose a pasar sus últimos días en la reserva de Standing Rock (Dakota), en la que acabaría falleciendo de un disparo. De estas cosas se entera uno leyendo Ultima Hora, claro.

El caso es que, después de haber derrotado a las tropas gringas –cinco años antes– en la batalla de Little Big Horn, el gran jefe de la nación siux hubo de vagar por los territorios del norte de los Estados Unidos y sur de Canadá buscando un lugar en el que establecerse con sus hombres y familias sin molestar a los rostros pálidos, mientras la propaganda yanki se encargaba de ejecutar la táctica que tan buenos frutos daría décadas después a un tal Goebbels, la de deshumanizar al adversario, empeño en el que trabajó casi cien años.

Toro Sentado, nacido Tejón Saltarín, hijo de Toro Saltarín y Puerta Sagrada, era un tipo calmado, hospitalario, inteligente, diplomático y buen orador, pero ni aun así logró salvar sus tierras y su gente de la violencia imperial estadounidense.

u Mallorca es una gran reserva india, solo que los aborígenes no conseguimos encontrar a un solo jefe –o jefa– que se enfrente a la racanería y voracidad de la potencia colonial. En nuestra tribu, el Toro Sentado o la Vaca Sentada de turno confraternizan con Custer y Ulysses S. Grant, que prometen financiación y un régimen especial para la reserva mientras en privado se descojonan de nuestro caudillo –o caudilla– y de todos nosotros. Si seguimos enviando divisas a Washington sin rechistar y los congresistas mallorquines tragan ruedas de molino pro domo sua, todo seguirá exactamente igual. Pronto no podremos ni asentar nuestras tipis sobre la Isla.

Los intentos de crear movimientos indígenas para defenderse del 7º de Caballería se han quedado siempre a medias, en parte porque hasta ahora no se ha dado con la tecla que permita unir intereses comunes de las tribus mallorquinas en lugar de contraponer ideologías, culturas y lenguas maternas de los habitantes de la reserva, y en parte también porque la metrópoli y sus poderes pretenden evitar que tal cosa suceda jugando todo lo sucio que saben, que es mucho. Pero les auguro que la cosa está a punto de cambiar dentro de pocas lunas, a la vuelta de vacaciones.

Mientras el conseller Martí March vende su proyecto de Ley Educativa como supuesto fruto del diálogo con todo el sector –algo completamente incierto, por otra parte–, los diputados que sustentan el Govern al que pertenece sucumben a las presiones de los radicales podemitas y propugnan –con supina ignorancia del marco constitucional– la supresión de la oferta de la asignatura de religión en los centros públicos.

Sin embargo, lo peor no es la estulticia analfabeta de los diputados del Pacte, sino el silencio cómplice del máximo representante del Ejecutivo en materia educativa. Hasta ahora, March se había limitado a decir a partidarios y detractores que la LEIB no trataba la clase de religión porque esa era una competencia estatal. Ahora, su ominoso silencio ante esta PNL resuena en los oídos de los creyentes como lo que es, una declaración de guerra.