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La historia del falangista Antoni Perelló Serra es la más increíble y desconocida de la Batalla de Mallorca. Ha sobrevivido como leyenda popular y ahora han aparecido sus memorias manuscritas donde relata una historia real que parece de película. Si hubiera ocurrido en EEUU, ya estaría en Netflix.

Antoni tenía sólo 20 años cuando se sumó al combate contra el desembarco republicano del capitán Bayo. Se trasladó de Llubí a Son Servera y el 22 de agosto de 1936 le ordenaron defender la cima del Puig de sa Font, junto a otros 42 falangistas de su pueblo. Era un grupo poco instruido y mal armado. No se imaginaban lo que se les venía encima. Llevaban un par de horas en la posición cuando un violento ataque republicano desató el pánico. Todos salieron corriendo. Antoni se perdió en «una lluvia de balas» hasta que llegó a un precipicio de unos 25 metros. Prefería «morir antes que caer prisionero», así que, al verse rodeado, saltó al vacío. Rodó por los peñascos hasta caer junto a una higuera. Se rompió una rodilla, tres dientes y varias costillas.

Se despertó solo, en tierra de nadie y sufriendo el fuego cruzado. Los republicanos se habían apoderado de la montaña y los suyos disparaban desde el otro lado, en Son Servera. «Hubo momentos de tal desesperación que rogué a Dios que me matase una bala de aquellas, pero no quiso escucharme». Advirtió una pequeña cueva a unos metros y se arrastró hasta ella para refugiarse. Allí encontró agua en abundancia, un melón, una manzana y medio pan con los que se alimentó durante 14 días, hasta que terminó la batalla. Dice que por las noches tenía tan cerca al enemigo que lo oía respirar. Los suyos lo encontraron el 4 de septiembre y casi lo matan al confundirlo con un republicano. Los médicos no se explicaban que hubiera sobrevivido.

Regresó a Llubí como un héroe porque todos lo habían dado por muerto: «El pueblo en masa estaba en la calle. Nadie creía que pudiera estar vivo. A duras penas pude llegar hasta la iglesia, donde prometí que iría cuando llegara. Por el camino saludé a mucha gente conocida, también a mi hermano y a mi padre. Y cuando estábamos a punto de llegar a la iglesia, saludé con un grito de ‘¡Arriba España!’ y la gente estalló en aplausos».
Antoni se casó y trabajó como albañil y barbero. El Estado le compensó con algunas tareas públicas y jamás se arrepintió de su pasado falangista. Murió en 1997 sin descendencia. Su sobrino más cercano fue su único heredero y lo recuerda como «una persona honrada muy querida en el pueblo».