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No se puede saludar más que con alegría el gesto –o, mejor, la gesta– que tuvo el pasado jueves el Parlamento Europeo, día en que aprobó por abultada mayoría una resolución en contra de la ley homófoba húngara, en base a ser contraria a los principios, valores y derechos de la UE. Ya era hora.

Además, en la resolución se reclama a la Comisión Europea que inicie un procedimiento sancionador contra Hungría, que bloquee las partidas destinadas a ese país del fondo de recuperación y que paralice la transferencia de los fondos estructurales ya previstos para los próximos seis años. Todo lo cual debería servir como aviso a navegantes para Polonia y la República Checa, países miembros que mantienen igual talante homófobo que Hungría, un talante que encuentra su inspiración en el inefable (dejémoslo ahí) Putin. La resolución fue pactada por prácticamente todo el arco parlamentario, lo que constituye otra novedad, y refleja la clara intención de poner freno a todo cuanto incite o fomente el odio hacia los diversos colectivos que conforman la comunidad LGTBI.

Lo triste es que de los trece miembros que el PP tiene en el Grupo Popular Europeo, once votaron en contra de la resolución, eso estando el cadáver de Samuel Luiz aún caliente, lo que refleja bien a las claras el grado de mezquindad, cicatería, ruindad y cuantos sinónimos se nos ocurran, que caracteriza a la derecha española, que sigue en Trento. En realidad, no son de lobo las orejas, sino de hiena, animal cruel y carroñero donde los haya.