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El asunto lleva muchos años en el candelero, desde la época de Pau Claris, en el siglo XVII hasta la de Companys en los años 30 del siglo pasado. Se le ha dado mil vueltas pero ahí está. Y hoy, todo el mundo en su absoluta redondez, lo sabe de un modo u otro.

El referéndum unilateral unido a los medios actuales de difusión no ha dejado un solo rincón del planeta sin que el problema catalán sea conocido. Las imágenes de los votantes y la puesta en marcha de sus represores, captado por miles y miles de vídeos, corrieron como la pólvora para vergüenza de quienes se preocupan del retrato exterior de España. Mientras tanto Barcelona, con sus mil caras, sigue pregonando, sin necesidad de referéndums, lo que es una realidad.

Más de la mitad de Catalunya es independentista. Pero lo que para los patrioteros de siempre es una rivalidad generadora de odios, para los auténticos europeístas es un problema de índole política que hay que resolver. Ese cáncer social que parece incurable lo han detectado diversas instituciones o entidades internacionales como las Naciones Unidas y ahora, el otro día, el Comité de Derechos Humanos de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa. Son cuarenta y siete países entre los cuales se halla España, la cual pudo votar en el informe que éste emitió sobre Catalunya. Pero en esta ocasión, por lo que se ve, España no tuvo muchos amigos pues los textos reconocen que los acontecimientos no fueron violentos ni tumultuosos y debieran haberse atajado con sanciones por desobediencia, ya que la sedición no era tal en el contexto de la Unión.

Así pues, las largas penas de prisión por sedición eran desproporcionadas lo mismo que las euroórdenes dictadas contra los políticos catalanes en el exilio. Tampoco aquí hemos querido ver el cáncer. Como el informe no es vinculante, por una oreja nos entra y por la otra nos sale. Ya aprendimos a hacerlo, muchos años atrás, cuando la «democracia orgánica» que como invento dictatorial casaba con aquello otro que había al otro lado de los Pirineos y que el general denominó «Contubernio judeo-masónico», cosa que en la mente de algunos todavía perdura y trata de ponerse a flote. ¿Quién duda que en estas condiciones el tumor en la piel de España seguirá su curso, quizá por donde se perdió Cuba?