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No fue uno de esos días en que empecé a leer el periódico por las páginas de Deportes pero volví a fijarme en los titulares sobre el partido de fútbol del martes, el de la semifinal de la Eurocopa. Incluso, la noche anterior, me fijé en algunos mensajes de las redes sobre el papel de la selección española (me detuve, especialmente, en uno de Errejón que me pareció un tanto exageradito) y hasta reparé en una crónica instantánea. De tanto en tanto (eurocopas, mundiales, partidos en los que se decide si el Mallorca sube o baja y así; también derbis y encuentros de máxima rivalidad) me meto en las crónicas de fútbol, que leo con devoción y analizo para no perder detalle y descubrir sus secretos. Muy bien escritas, generalmente, castillos pirotécnicos de adjetivos y de adverbios que llegan a tener un no se qué de relato épico, tal que la Iliada o la Odisea, en que los dioses (y las diosas) se ponían del lado de uno u otro bando con total naturalidad.

No sé, ahora mismo, cuál fue la primera crónica de fútbol que me interesó pero sí tengo recuerdo de haber comprado un par de periódicos deportivos y guardo el de una portada sin fotografías con una frase muy larga, a toda página, sobre lo que podía pasar en la última jornada de una liga y que (por su extensión) no cabría hoy en un tuit. Hasta no hace mucho pensaba que el estilo interpretativo de titulares aceptados con naturalidad en las crónicas de fútbol (que mereció ganar el equipo que perdió o que el árbitro iba con uno y en contra del otro) era impensable para otros asuntos ya fueran sobre política, economía o sanidad incluso. Ahora, lo dudo. Ahora creo que se ha optado por el forofismo como filosofía.

La política se vive con la pasión (o la ceguera) de quienes siempre apoyaran a su equipo. Eso sí: todavía falta por llegar a la política la tanda de penaltis. (Dejó para otro día mi idea sobre el gol en propia puerta).