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Recuerdo que cuando estudiaba COU (Curso de Orientación Universitaria) se decía una frase que tengo clavada en la memoria: «El que vale, vale, y el que no, a letras». Esas palabras certificaban la separación entre el éxito y el fracaso en la vida. Pero también santificaban la frontera entre lo útil de lo inútil. En el patio del colegio los alumnos de ciencias sentían que su futuro iba a ser mejor que el de sus compañeros de letras.

Actualmente vivimos el mismo ambiente. A los padres les interesa, sobre todo, las notas de sus hijos en matemáticas. Poco les importa las notas en filosofía, música o asignaturas humanísticas. Quizás tenga que ver en ello la obsesión de los medios por contar las grandes salidas laborales de ciertas carreras y la inutilidad de otras, y las exigencias de las empresas, convertidas en editorialistas de los programas académicos.

El resultado es el asesinato premeditado de las humanidades. Los alumnos deberían estudiar, por lo menos, una disciplina artística, porque ésta desarrolla habilidades de pensamiento, observación, conceptualización, razonamiento y trabajo en equipo, esenciales en la vida laboral. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que los profesores de arte, filosofía, música, historia, no tienen una varita mágica para convertir a sus estudiantes en ciudadanos críticos, reflexivos y autónomos, pero sí pueden ayudar a despertar el dolor de la lucidez en sus alumnos. No sé si serán más felices, pero al menos serán más conscientes.