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El impacto en los medios de comunicación sobre el llamado megabrote de Mallorca es abrumador. Cada día que pasa se complica la imagen que dan de esta Isla, destino turístico tan deseado y ahora tan señalado por quienes insinúan o declaran abiertamente que el epicentro del terremoto de contagios está en ese maldito concierto en la plaza de toros de Palma. No importan si algunos vinieron con el bicho dentro, si se infectaron en los fiestorros en los barcos, en los botellones de calle o en aglomeración de estudiantes alegres y confiados en habitaciones de hotel, como siempre han hecho. Hay brotes en otras comunidades por viajes de estudios pero no conviene recurrir al consuelo del mal de muchos.

Los de aquí quizá sean importados, pero no se deben eludir responsabilidades porque los científicos venían avisando de la explosiva mezcla de relajación de medidas con la no vacunación de jóvenes en edad de salir de noche, reunirse, beber y divertirse sin distancia, sin mascarilla y sin sensación de peligro.

Ya no está el escudo del estado de alarma y había que confiar en la responsabilidad individual y en la ética de los organizadores de eventos. Tremendo error. Cada cual va a lo suyo caiga quien caiga. Ya hay un joven en cuidados intensivos, algún enfermo familiar derivado, y por delante de la información el megabrote de Mallorca. Pero no estamos tan solos. El presidente del Gobierno, la titular de Turismo, un ministro alemán, el juez de guardia y gente ecuánime nos han echado una mano minimizando este terremoto que está a punto de cargarse la reputación de Mallorca.