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Cada día al levantarme mi mirada se cruza con otra mirada que me inspira confianza: allí está la imagen de la Virgen del Seminario. Fue un regalo que me hicieron por el último sermón que hice como seminarista y como despedida a punto de ser ordenado sacerdote. Después de 61 años, los recuerdos se convierten en presencia latente de una madre fiel, a pesar de los descuidos y olvidos de su hijo. Ya está amaneciendo en La Vileta y el día se presenta henchido de esperanza para dar vigor a mi empeño de ser y actuar como un joven de 83 años, según la expresión que un día hizo el papa S. Juan Pablo II .

A esta edad lo que importa es ‘el día a día’ y poner pie en lo concreto y en la creatividad, para mantenerse vivo al ritmo de un antiguo ideal que se me antoja siempre nuevo: «pro hominibus ut vitam habeant», para expresar el porqué del ser sacerdote, que no puede ser otro que «el ser para los demás» no exento de fallos y errores que siempre se hallan unidos a la condición humana pero que determinan, a pesar de todo, una firme decisión al estilo del místico S. Juan de la Cruz : «Ir pasando por la vida sin coger flores y sin temer fieras».

Todo esto, todas estas sugerencias e ilusiones en una mañana cualquiera de verano gracias a la mirada y al rezo de una simple ‘Ave María’, con el cuerpo todavía cansado y derrengado.