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No, en Balears no somos tan diferentes de los demás. Aquí hemos cometido errores, nos equivocamos, tenemos un sistema que hace aguas, pero nada que nos haga radicalmente diferentes de los demás. Porque no hay sociedad, país o región del mundo que, en un momento u otro de su historia, incluso de su historia reciente, no haya perdido el norte, se haya desorientado, haya perdido la cabeza y, fruto de sabe Dios qué motivos, se precipitara al abismo. Europa, la más culta, la que fue durante siglos la más avanzada, es un ejemplo de disparates en cadena: desde la invasión de Abisinia por los italianos, la entrega de los judíos a los alemanes por parte de Francia, la atroz guerra con los zulúes o la transfusión de sangre contaminada a miles y miles de ciudadanos por parte británica. Todos los países han cometido errores que sonrojan. Todos.

Nosotros, en Balears, también hemos perpetrado algunas aberraciones considerables. Así a bote pronto, se me ocurre la pérdida de la propiedad de Sa Nostra, un banco que tardamos más de cien años en consolidar; la construcción de un sistema político que más que darnos poder es un lastre que nos impide avanzar –qué es si no hacer un metro sin usuarios; construir el puente del ‘riuet’ de Porto Cristo para derribarlo; permitir que una minoría sectaria controle la enseñanza pública, castigando a los pobres a no educar a sus hijos; endeudar nuestro autogobierno con nueve mil millones de euros sin saber para qué; dejar que las niñas cuya patria potestad retiramos a sus padres naturales acaben prostituidas o tener un Parlament con una décima parte de sus políticos imputados por la comisión de delitos de robo o estafa. A uno le duelen estas barbaridades en casa, porque sabe qué fácil hubiera sido evitarlo. Pero me imagino el daño que debe de hacer a los alemanes que les hablen de la Segunda Guerra Mundial, y a los rusos que les recuerden 1937, o a los franceses, Argelia.

Sin embargo, yo creo que hay algo que sí nos diferencia de los demás. No es nuestra capacidad para equivocarnos, sino la incapacidad para entender, estudiar e intentar rectificar los errores.

En la misma medida en que no existe nadie que esté libre de equivocaciones, creo que tampoco existe nadie que no intente evitar que se repitan. Salvo nosotros. Quizás haya alguien en algún lugar remoto del mundo que también esconda sus vergüenzas debajo de la alfombra, pero esto es muy infrecuente en nuestro entorno europeo. El caso más ejemplar, que algunos podríamos hasta considerar exagerado para un extranjero, es el de Alemania, que se ha autoimpuesto unas medidas de desnazificación absolutamente contundentes que parecen eternas. Sin llegar a esta obsesión, todos los países estudian sus errores para que no se repitan. De hecho, las comisiones de investigación parlamentarias, las ‘public enquiries’ británicas, son eso, un ejercicio de transparencia: pongamos todo sobre la mesa, estudiémoslo y saquemos conclusiones para que no vuelva a ocurrir lo mismo, para cambiar la legislación, para aprender del pasado.

Menos en Balears. Nosotros hemos perdido Sa Nostra, pero nuestro Parlament no lo ha considerado de interés; hemos destruido la enseñanza pública y ponemos a Martí March al frente para negarlo todo; arruinamos las finanzas del Govern y acusamos a Madrid de mala financiación; hacemos el metro que es una ruina y como lección ahora haremos un tranvía; tenemos partidos políticos que se financian ilegalmente pero nos negamos a admitir que este es un problema estructural; condenamos a las niñas a no vivir con sus padres pero nos resignamos a que sean prostituidas porque nunca nadie aquí es responsable de nada; incrementamos la oferta de alojamientos en medio millón de plazas con la legalización de AirBnb pero miramos para otro lado; nuestras instituciones son ingobernables por el rígido control funcionarial de la estructura y callamos; llevamos cincuenta años de estacionalidad turística con un clima benigno mientras en el Mar del Norte los hoteles abren todo el año pese al clima adverso; los políticos no responden ante el votante pero nos resignamos a que sea así; las niñas a cargo del estado son prostituidas y decimos que es muy difícil impedirlo.

Ese es el verdadero problema de Balears: no podemos aprender del pasado porque no nos lo permitimos; no deconstruimos lo que nos ha ocurrido para encontrar qué falló y, por lo tanto, nos condenamos a repetir los errores. Para nosotros, revisar lo ocurrido es reivindicar cada bando; es ganar la guerra a posteriori. En eso somos diferentes: nos equivocamos como todos, pero no aprendemos de ello.