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El otro día, traté de alertar frente a un fenómeno que, en esta España atormentada y doliente, padecemos y aguantamos. Hemos entregado su Gobierno, por contradictorio que parezca, a quienes ahora centran sus energías en polarizar, separar, dividir y enfrentar.

Algunos de esta coalición de Gobierno ya estaban enredados en esta acción destructiva desde hace mucho tiempo. La novedad ha radicado en que ahora, para asegurar el interés personal de Sánchez, este PSOE ha olvidado alguna de sus grandes aportaciones al país y se ha convertido en el gran aglutinador del viejo nacionalismo, que, al decir del gran Stefan Zweig, «envenena la flor de nuestra cultura europea». ¡Qué pena!

Hoy deseo referirme a otra especie de lo que Moreno Castillo, en su Breve tratado sobre la estupidez humana, denomina como ‘tontos’. «Los tontos, en cambio, ignoran su propia limitación y ni se les pasa por la cabeza la posibilidad de que hacen tonterías igual que cualquier otro ser humano, y no consideran necesario reflexionar sobre su manera de hacer ni mucho menos sobre la culpa que pueda corresponderles de sus propios fracasos» (Moreno Castillo).

Desde esta perspectiva, me parece muy necesario llamar la atención a sus simpatizantes a fin de que se atrevan a preguntarse o, si lo prefieren, a enfrentarse con la idea que debería rondarles en su cabeza: ¿Para qué nació Vox? ¿Nació para restaurar un pasado o para innovar e impulsar un futuro distinto, acorde con los cambiantes signos de los tiempos? Aquí radica la madre del cordero. Esta es, a mi entender, la clave que puede explicar la razón de ser o la irracionalidad de Vox en el actual panorama político español. Por supuesto, la respuesta debería fijar la actitud en el futuro más inmediato de sus simpatizantes: ejercer el voto útil.

Estas cosas, desde luego, no deberían abordarse en su dimensión individual sino colectiva. Es decir, con el pensamiento puesto en España y el bien de los españoles. Si esta es la perspectiva, dado que la gente de Vox se vanagloria de patriota, tendría que dar un paso más hacia delante: ser capaz de entender que una cosa es tener que ganar en un proceso electoral y otra, muy diferente, tener que gobernar o apoyar un gobierno concreto, como ha sugerido el experimentado Manuel Valls. Lo cual, en el fondo, nos conecta directamente con el punto nuclear de la cuestión: ¿Qué sentido tiene en la actual realidad política española la existencia de Vox?

En este orden de cosas, el entorno de Vox está llamado a reconocer que no es lo mismo apoyar una fuerza política para restaurar un pasado determinado (en este caso, el franquista), que hacerlo para impulsar el cambio necesario que demandan los signos de los tiempos. Si no quieren entender estas diferencias o son incapaces de apreciarlas, la derecha española tiene un muy grave problema, como se ha visto en todos los procesos electorales celebrados hasta ahora. Creo, sinceramente, que merece la pena detenerse en el camino y reflexionar un poco sobre a qué se está jugando.

Si, como me temo, Vox, a la vista de su lenguaje, de sus propuestas y soluciones políticas, de los criterios morales que las informan, nació para restaurar ese pasado, ¿qué sentido tiene ahora su existencia? Ninguno. Si son inteligentes, sabrían reflexionar sobre sí mismos, sobre sus errores, sobre sus ideas y cotejarlas con la realidad, por duro que les esa. Ese pasado ya no interesa, salvo, al parecer, a ustedes, patriotas, de Vox. Lo que ustedes representan nunca será la alternativa que necesita y aceptará este país. Para populismos, y más de ese talante, ya nos basta con los de izquierdas.

En política, como en tantas otras cosas, hay que ser muy prácticos y buscar el bien mejor posible. Es evidente –hay que tener coraje para reconocerlo- que sus posiciones serán más defendibles y tendrán más posibilidades de comprensión si la alternativa de gobierno a Sánchez es la que representa el PP. Obren en consecuencia y no se conviertan de hecho en cómplices de la situación actual.