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Colea todavía el fugaz encuentro Biden-Sánchez en un pasillo. Da gusto ver y leer a políticos de la oposición ridiculizar la breve conversación –dicen que monólogo del presidente español– preparada por ambas democracias para que salieran las imágenes en televisión. Quizá desde Moncloa se crearon expectativas superiores a nuestras posibilidades en un conglomerado de líderes mundiales, pero, hombre, parece excesivo calificar de ridículo y bochornoso el ‘papel’ de Sánchez, según Arrimadas, o de hundirnos en la irrelevancia internacional, según Casado. Y varía la duración del paseo: desde los 20 segundos hasta más del minuto. Depende de la afinidad de cada medio con la actitud de los populares y otros para aceptar con gusto cualquier afrenta a España si significa una patada en el culo a Sánchez. Es obvio que el puntapié es el objetivo de los peperos desde la espantada de Rajoy. Bienvenido el desprecio de Estados Unidos, bienvenido el rostro impenetrable de Biden en el efímero encuentro. Parece política vicaria admitir con euforia el daño a España para machacar a un presidente del Gobierno que todavía consideran ilegítimo y traidor. Bueno, se podría argumentar aquello de la bondad de lo breve, del saludo simple para romper el hielo, de que son los técnicos quienes negocian problemas serios como el bloqueo de Trump al vino, aceite, quesos o las aceitunas de España y tal vez las bases militares estadounidenses en suelo español si rompe el equilibrio con Marruecos, o la cumbre de la OTAN en Madrid en 2022. Pequeñeces. El cronómetro es lo que mola.