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Los Morancos me caen gordos, los especiales de Nochevieja de José Mota normalmente me los salto, de todo lo que ha hecho hasta hoy Berto Romero solo me he reído con la serie de televisión, de Ignatius Farray no recuerdo más que idioteces, y, francamente, no sé qué les ve la gente a Dani Rovira , Joaquín Reyes , Goyo Giménez y aquella de las gafas cuyo nombre ahora no me sale. A estas alturas, si hay algo que se me hace todavía más difícil de soportar que ese humorista recurrente que no me hace ni puta gracia son precisamente los tipos que se quejan de la puta gracia que les hace a ellos ese otro humorista que a mí, en cambio, resulta que me hace muchísima.

Nunca olvido que el chiste más irreverente que he oído en mi vida me lo contó, entre carcajadas, un seminarista, y todavía hoy reconozco aguantarme a duras penas la risa cuando escucho alguno de aquellos ya anticuados chistes sobre negros, chinos, mariquitas, gitanos, tartajas, leperos o catalanes. Lo único que a un humorista no le paso es que el objeto de sus chistes sean siempre los mismos y que, curiosamente, esos mismos no suelan estar nunca entre los que mandan, pero incluso entonces sé distinguir el humor de la simple provocación y un buen chiste de una ofensa gratuita. Si ustedes saben alguno sobre columnistas cuéntenmelo, que seguro que también me parto.