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En mi última novela publicada, El deixeble prodigiós , editada recientemente por Insula Literaria y en la que he tenido la satisfacción de ilustrar con mis propios dibujos además de redactar unos textos que hace años tenía ya en mi mente, hago alusión a aquellas intelectualidades que sobrepasan todos los niveles conocidos. En la narración, dirigida a un público juvenil, si bien, ampliable a cualquier etapa de la vida adulta, trato de explicar cómo tres niños en edad escolar salen de Galilea y se dirigen a los cenobios esenios del mar Muerto para estudiar, durante años, las escrituras y a la vez, sacar copias de las mismas.

Este argumento, a través de un chico muy especial, nos pone delante un problema que ya en su día, François Marie Arouet , más conocido como ‘Voltaire’ (1694-1778) desarrolló en su obra Tratado sobre la tolerancia , por ejemplo, cuando escribe que el Nazareno en sus palabras y obras «predica la dulzura, la paciencia, la indulgencia. Es el padre de familia que recibe al hijo pródigo; es el obrero que llega a última hora, y que es pagado como los otros; es el samaritano caritativo; el mismo justifica a sus discípulos por no ayunar; perdona a la pecadora; se contenta con recomendar fidelidad a la mujer adúltera; se digna incluso condescender con la inocente alegría de los invitados de Caná que, algo borrachos ya, siguen pidiendo vino; quiere hacer un milagro en su favor y cambia para ellos el agua en vino…» Pero según muchos pensadores la tolerancia no va de acuerdo con la ganancia y el dinero llama al dinero, más que nunca en el día de hoy, a costa de la destrucción de los valores solidarios.

Hace mucho tiempo que Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865) ya nos advertía del desastre sobre nuestra autodestrucción planetaria (la pandemia jamás esperada aunque provocada) y decía que hay que otorgar a la sociedad sobreviviente una nueva dimensión igualitarista, despojándola de la codicia y la búsqueda desaforada del propio interés. Ojalá la presencia imaginaria de un niño fuera de lo común resultase estimulante para orientar nuestros futuros, un discípulo prodigioso capaz de superar los miedos y manías de sus maestros. Porque, al fin y al cabo, ¿Quién ha dejado de ser niño inmerso en tantas oscuridades? Y es que la vida nos hace discípulos para siempre.