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La persistencia de la crisis sanitaria, la aparición de nuevas cepas de la COVID-19 en Inglaterra, la abierta sospecha de la administración Biden , que admite la posibilidad de que dicho virus se fabricara en un laboratorio, pueden generar desazón en una condición humana conflictiva que tiende a culpar a los demás antes que a sus propios actos. No es cuestión, sin embargo, de sucumbir a la tentación del pánico como no lo es ceder a la tentación de criticar a los ingleses porque su Gobierno restringe los viajes a Balears.

No soluciona gran cosa censurar a adolescentes y no tan adolescentes que se lanzan a las fiestas de botellón, soluciona ofrecer una alternativa mejor pues a la vista está cómo quedan calles y ciudades tras el festejo. Se elevan voces que denuncian la soledad del hombre absorto tras la fugaz comunicación que le ofrece un mensaje de texto… ¿Existe una realidad donde algunos padres compran un móvil a sus hijos tan pronto tienen fuerza suficiente en las manitas para sujetarlos? ¿Por qué se le entrega el aparatito? ¿Por que el niño lo pide? No ¿Por que el niño imita a los compañeritos del colegio? No, ¿Para que no moleste? Tal vez, y esa es la cuestión, porque al niño se le caerá el móvil al suelo y se le romperá tan pronto como encuentre otra mano, grande o pequeña, que juegue con él pues así somos.

Preferimos al otro de carne y hueso antes que a la trampa, al cartón pero ese otro se irá, en efecto, si no le apretamos la mano, se irá el inglés, se irá el sanitario y se irá el niño. Y solo se quedará si el abrazo es tan fuerte que le acompaña vaya donde vaya. En esa mano tendida está Dios, en esa mano se esconde pues de esa manera. Sólo nos abraza Dios.