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El 11 de febrero de este año 2021 una nave espacial china alcanzó la órbita de Marte después de viajar durante siete meses por el espacio y recorrer 475 millones de kilómetros. La cápsula con el módulo descendió durante tres horas para después amartizar lentamente. Esta proeza histórica de China le costó cerca de 6.596 millones de euros… Anoche al contemplar en Son Homar el cielo estrellado tuve una sensación tremenda de pequeñez, soledad y abrumadora admiración ante la grandiosidad del universo que intentamos explorar. ¿Qué somos nosotros ante esta inmensidad?

Al llegar los humanos a un planeta lejano, Jesús ya está allí, porque Él es el Señor y el Dueño de todo el universo. Pero la gran aventura de Jesús es llegar a la profundidad de la conciencia humana, movida por la libertad, que sólo los santos y santas han sido capaces de ponerla al servicio total del que es ‘el Señor’ y cuyo reino se desenvuelve por los inconfundibles senderos del amor total. Esta es la gran aventura y el gran logro de un Dios que se hace pequeño, a la altura del hombre, para conseguir un sí de su criatura en respuesta a la invitación divina para que libremente acceda a seguirle en el camino de la conversión, fidelidad y santificación.

Ahí está Jesús y ahí está la criatura humana, unidos en esta indescriptible aventura de una comunión eterna… Al pensar en esto, vienen a mi memoria aquellos famosos versos de Lope de Vega : «¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que, a mi puerta cubierto de rocío, pasas las noches del invierno oscuras? … ¡Loco debo ser, pues no soy santo!». La lealtad, la transparencia y la sinceridad delante de un Jesús en la cruz que se entregó totalmente, siempre han sido las características de todos aquellos y aquellas que han querido seguir a Jesús radicalmente, sin ninguna reserva, como lo hicieron los santos y santas que ha habido en el mundo.