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Los escombros de ahora ya no son tan cómodos como los de antes. La basura de este país es una porquería». Es un extracto de la película ‘El emperador del Norte’, protagonizada por Lee Marvin y Ernest Borgnine en el 73. Un largometraje que debí ver a finales de los años 70 o principios de los 80 un sábado por la noche. Durante mucho tiempo pensé que la máxima en esta vida sería ser un vagabundo (Lee Marvin), rodearme de basura y saltar de tren de mercancías en tren de mercancías, perseguido por un sádico y cruel guarda ferroviario (Ernest Borgnine) que, martillo en mano, pretende lanzarme al vacío. Luego se me pasó, aunque me vuelve de nuevo si veo la película, y quise tener incisivos de oro, cicatrices en la frente y romperme la cara como Mike Tyson . Dichoso, escupir sangre y cantar en la ducha ‘O sole mio’ con voz de barítono. Eso estaba bien. En la actualidad sólo deseaba que me pincharan la vacuna de la Pfizer. Y hace dos viernes llegó por fin el gran día.

En Son Dureta me metieron un pinchazo que ni me enteré, me aconsejaron que esperara un cuarto de hora en una silla, rodeado de recién vacunados como yo. Observé sus caras y me entró la risa tonta, la que advierte que mi cabeza es necia y simple a la vez. Me dio por pensar qué ocurriría si me arrojase al suelo, empezara a babear, patalear y menear los brazos espasmódicamente como si sufriera un ataque. Me reí para mis adentros, sintiendo el griterío y el pánico exacerbado de mi alrededor. Pasaron los quince minutos de rigor, me levanté y me quedé con las ganas.

Lo sé, dispongo de una segunda oportunidad, y aquí ando debatiéndome ante semejante disyuntiva existencial: hacer el memo o comportarme como un ciudadano ejemplar. Mi vida es una continua contradicción.