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La Historia y las historias se repiten. En Gaza, en Siria o en Marruecos, donde se siguen aplicando los mismos criterios militares con los que se dividió África en parcelas desde un despacho. No son las personas sino los mapas quienes determinan los acuerdos que firman los líderes después de una guerra. Hay una guerra en Marruecos o en Turquía que se reactiva de tanto en tanto. En vez de la fórmula «paz por territorios» con la que se intentó neutralizar el conflicto en Oriente Medio, los miedos de Europa han propiciado la fórmula «dinero por refugiados».

La Unión Europea paga a Erdogan y Mohamed para que contengan las fronteras al tiempo que apuntalan sus regímenes contra kurdos o saharauis. Los sirios o los marroquíes o subsaharianos se pierden en el mar: todas las guerras tienen efectos colaterales que no inquietan a los gobernantes por muchas portadas de prensa que protagonizen. Los gobiernos no suelen tener el humanitarismo como prioridad, a pesar de que la creación del Estado de Israel pudiese interpretarse como un gesto de reparación a los judíos masacrados en la Alemania nazi: en realidad, el acuerdo internacional buscaba incluir una cuña amiga en los territorios árabes, y de ahí arrancan las muchas guerras y guerrillas sin que ni siquiera se haya aceptado la creación del Estado de Palestina. Partida de ajedrez jugada en los despachos de espaldas a los miles de muertos, civiles de todas las edades usados como escudos humanos.

Alta política, como la desplegada por Trump apoyando los derechos de Maruecos sobre el Sahara a cambio de que reconociese a Israel en contra del mundo árabe. Y el Mediterráneo, una tumba.