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Me enteré hace días de que España, es decir, el conjunto de Administraciones públicas, había vuelto a batir en marzo el récord de deuda, que ya alcanza el 125’3% del PIB, y asciende a casi 1’4 billones de euros, cantidad absolutamente quimérica. Nuestras deudas, que nadie nos perdonará, ya tienen una magnitud metafísica, de categoría espiritual que son las más opresivas, y sólo de pensar en esa cifra inhumana me entraron ganas de cambiar inmediatamente de tema. Imaginar a los tan esperados fondos europeos cayendo en ese vacío interestelar como una gota de lluvia en el océano, ya te deja baldado financieramente para siempre. Por suerte la economía global, igual que el arte, es una cosa muy abstracta, lo que permite a los entendidos hacer comentarios ponderados sin levantar una ceja, como si una deuda cercana al millón y medio de millones (1.392.696 millones) fuese algo inteligible y hasta normal. Asumible sin problemas.

Sin ánimo de provocar ni escandalizar a nadie, yo no soy de los que sólo piensan en dinero; a veces prefiero entretenerme con cosas más frívolas, por lo que tras sopesar la posibilidad de recomendar al Gobierno El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo , de Balzac , que rechacé por la notable incomprensión lectora del Gobierno, dejé de lado el asunto de la deuda récord y a otra cosa, mariposa. Pero claro, la deuda no me dejó a mí, y hoy me he despertado con una opresión en la nuca, como si me estuviesen acogotando, y una abulia fatalista que ni de salir de la cama tenía ganas. Cosa rara, porque yo me levanto todos los días igual que me acuesto, más contento que unas pascuas, como un puto cascabel. Como un inconsciente.

El arte de la despreocupación, que llevo décadas trabajándome, no funcionó esta mañana, y encima me acorde de un artículo que el cuentista Guy de Maupassant publicó en Le Gaulois el 25 de enero de 1882, a raíz de una crisis financiera pretérita. Hablaba de miles de millones perdidos, y aunque eran millones totalmente ficticios y desde el momento que no se van a pagar lo mismo da uno que un billón, no por ello era menos cierto que todos se arruinaron, «incluso los que nada tenían». Que ahora de pronto tenían deudas. Nuestras deudas, en fin, que igual también se remontan a 1882. Ah, las magnitudes imaginarias. Cómo joden.