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Un tiempo, la cosa se resolvía mediante braguetazo, como hizo Zaplana, o sacando la lotería, como hacía Fabra , el del aeropuerto del abuelo. Las preferentes marcaron el camino de la actual economía financiera y abrieron la ventana a tantos aprendices de ‘brokers’. Jordi González ha confesado recientemente que ha perdido la mitad de todos sus ahorros por el hundimiento de sus acciones en Bolsa durante la pandemia. Pero no importa, el señuelo del pelotazo limpio, sin apenas salir de casa ni tener que casarse ni negociar comisiones en negro, aumenta su capacidad de seducción entre una población envuelta en ERE, despidos, paro, contratos por horas y alquileres que no bajan. Al pelotazo bursátil se suma el tecnológico, heredado de los míticos garajes donde Steve Jobs o incluso Bill Gates crearon un sistema informático o un prototipo de reproductor. Viendo que los dueños del mundo son hoy las grandes corporaciones tecnológicas como Facebook o Google, se ha reavivado la fantasía de hacerse millonario grabando un TikTok o invirtiendo en Bitcoins. Nada de todo esto casa con el mensaje que los profesores están obligados a inculcar a sus alumnitos. Me refiero a la famosa «cultura del esfuerzo», basado en el principio de que «si estudias podrás tener un trabajo mejor». Dos realidades paralelas que además a medida que pasa el tiempo se alejan más y que aumenta la desubicación existencial en los adolescentes, divididos entre un mundo inmediato de compra a plazos, porno en el móvil o miles de ‘likes’, y por otra parte el hogar de los padres o abuelos de los que no pueden independizarse: no hay pelotazo que pague el almuerzo.