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Llevamos catorce meses de pandemia. Esto que llamamos ‘catástrofes universales’, que la humanidad viene sufriendo siglo tras siglo, siempre nos deja, además de muerte y terror, algunos beneficios. Las vividas en Mallorca a lo largo del siglo XIX fueron muy intensas, como la del cólera de 1865, que dejaría 2.500 muertos, y la llamada ‘fiebre amarilla’ de 1870, concentrada en Palma, provocando 230 muertos y 530 afectados, en una ciudad que apenas superaba los quince mil habitantes. En el XX tendríamos la llamada ‘pandemia de gripe’ de 1918, que duraría dos años, produciendo cincuenta millones de muertos, de los cuales 1.890 serían de las Baleares.

La de 1870 nos llegó desde la cercana Barcelona y naturalmente por vía marítima. El Diario de Barcelona de 3 de septiembre de 1870, nos habla de la aparición de una enfermedad sospechosa en el hospital militar y en la marinera Barceloneta. Dos días después la Junta de Sanidad de Mallorca establecerá la cuarentena para todo cuanto nos llegue de Cataluña, «debiéndose someter a varios días de observación a todos los buques de su procedencia, a fin de ser fumigados ». Malos momentos, que nosotros aún no calibrábamos, puesto que se anuncia un « nuevo servicio con itinerario fijo de precios reducidos entre Palma, Barcelona y Marsella » , con el nuevo vapor Unión .

No tenemos remedio. Siempre hay quien está en el limbo. Unos días después, un Boletín Oficial Extraordinario precisará que la fiebre amarilla ha sido declarada oficialmente en Barcelona, por lo que de inmediato se tomarán medidas restrictivas de viajes, y la Comandancia de Marina prohibirá el tránsito de toda clase de embarcaciones. Pronto, puerto y ciudad quedarán confinados, y nada de ir a Marsella. Estas cosas nunca llegan solas. En Francia se proclama la República, tras la derrota de Napoleón III , que se entrega a los alemanes.

Mallorca dejará de estar pendiente de los avatares del país vecino. A los quince días de anunciada la fiebre amarilla en Barcelona, y pese a las restricciones tomadas, se conoce el primer caso de esta enfermedad entre nosotros. Es la de un vecino del arrabal de Santa Catalina, llegado días antes desde Barcelona. Se llama Martín Felani , de 23 años, patrón de barco. La febre groga ya está entre nosotros. Se suprime la venta de buñuelos. Se ordena tapar todas las alcantarillas. Se acordonan edificios como el Círculo Mallorquín y el Círculo católico; se desaloja el barrio marinero de Sant Pere y comienzan a instalarse campamentos en las afueras de la ciudad, pero, pese a los aislamiento, los contagios y las muertes continúan y los médicos y políticos se echan las culpas entre sí. Lo de siempre, y en Madrid se instaura la monarquía en la persona de Amadeo de Saboya .

Bueno, ¿y qué ventajas nos llegan tras las sucesivas pandemias y la que estamos en curso de superar? Pues yo diría que ante todo mayor sentido de la realidad. A menudo vivimos en un mundo mágico, hecho de sueños por realizar y de sacralización de estupideces. Así como cuarenta años de democracia nos han devuelto a la realidad de lo que es la política, dos años de pandemia pueden devolvernos a la fragilidad del ser humano, a la compasión y a la necesidad de vivir centrados en lo que de verdad es esencial: la solidaridad.