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Me indigna, aunque no lo haga notar cuando alguien me lo plantea, el hecho de que haya quien se permita el lujo de ‘pasar’ de ponerse la vacuna contra la COVID-19 por el peligro que ésta pueda suponer para su salud. No me preocupa el caso en sí, lo que me afecta es ver la escala de valores que esas personas muestran tener ante el desastre de muertes y de enfermos que lo estarán de por vida. Porque los 80.000 fallecidos habidos no tienen nada que ver con la cantidad de los que, tras haber recibido la vacuna, han fallecido.

Muchos medicamentos tienen más riesgos que la vacuna y nos los tomamos sin problema. Ya sé que cada vida es importante, pero si todos fuésemos egoístas, muchas personas seguirían muriendo y las UCI estarían repletas, pero la mayoría nos hemos vacunado y eso se va notando.

No quiero dejar de mencionar el grave problema económico y la ruina que muchas familias –empresarios y trabajadores– están padeciendo, ni podemos olvidar que muchas familias no tienen lo mínimo para vivir con dignidad. Eso también le pasa la factura a la salud de sus componentes. ¿O no pasa nada en la salud de un padre cuando ve que a sus hijos les falta lo elemental? ¿O no le pasa nada a la salud del hijo cuando ve a su padre deprimido por estar cobrando un ERTE?

Creo que ser consciente de ello y responder al problema ha sido el acierto de Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la comunidad autónoma que, desde la segunda ola de COVID-19, tiene una tasa de mortalidad que está por debajo de la media de las autonomías de España y eso a pesar de que el Gobierno la ha obligado mantener abiertos sus aeropuertos sin poner ningún control a los pasajeros que llegaban. Ella, racional y viendo los resultados del proceso de la pandemia, no ha cerrado los negocios como lo han hecho otras comunidades en las que ha habido menos muertes que en Madrid. Ayuso ha pensado en todo y en todos. Por eso la han votado.

Vivimos en manos de una nobleza –con condes y duques– disfrazada de socialistas que no se entera de lo que sucede en la calle ni atiende a los datos de la razón. A las cifras de la COVID-19 en Madrid y a las contradictorias medidas del Gobierno me remito. Ni ellos las entienden; por eso no las explican.