Doña Pepa Ramis, en su casa de Madrid. | Jesús García Marín

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Ayer domingo, de madrugada, falleció, a los 94 años José Manuel Caballero Bonald que aglutinó todos los premios importantes de la literatura en español. Fue don Pedro Comas quien se empeñó en que yo le hiciera una larga entrevista a doña Pepa Ramis, mallorquina y esposa de Caballero Bonald, el último gran escritor español (con madera y oficio de escritor) que nos quedaba y excelso representante de la denominada generación de los 50. La entrevista a doña Pepa se publicó en Ultima Hora el 9 de mayo de 2013. Para hacerla me desplacé al precioso piso del matrimonio Caballero Bonald en Madrid, cerca de la Ciudad Universitaria: piso lleno de libros, de artesanía antigua colombiana y americana, de cuadros de vanguardia, de todo tipo de obras de arte apiladas con esmero… una verdadera maravilla porque es ese tipo de casas en las que se refleja en multitud de detalles decorativos, la peripecia de una vida dedicada plenamente a desentrañar, con pasión y sin circunloquios, la cultura. Uno de los vecinos de don José Manuel fue Fernando Quiñones. Al mismo Caballero Bonald también lo entrevisté para Ultima Hora (17/5/2017) con motivo de la publicación de su libro de memorias Examen de ingenios. Fue una de las últimas entrevista que concedió y lo hizo porque era para Mallorca, tierra muy ligada a su biografía literaria y sentimental, que en el caso del autor de Ágata ojo de gato han ido siempre de la mano. El escritor jerezano solía recordar habitualmente que tenía varias patrias, Mallorca era una de ellas.

Don José Manuel conoció a doña Pepa Ramis Cabot hija del periodista y profesor palmesano Rafael Ramis Togores (1893-1973), en el Port de Pollença, era amigo de Antonia, hermana de doña Pepa. Aquel encuentro, y aquellos impresionantes ojos azules, ya dejaron tocadito al incipiente escritor. ¿El resultado?: pues que se casaron en Portals Nous en 1960. Caballero Bonald trabajó con Cela y fue una de las almas de Papeles de Son Armadans, ese faro cultural irradiado desde Mallorca y del que ahora no interesa acordarse. El andaluz no intimó mucho con Cela, a veces le consideraba un grosero, a Josep Pla lo consideraba otro grosero; solía ir a la tertulia que en el bar Riskal tenía Llorenç Villalonga. Sus primeros años palmesanos fueron de vida bohemia con su amigo Tomeu Fuster y yendo de tanto en tanto al bar que tenía en la Puerta de San Antonio el poeta Guillem d’Efak. No creo que le gustara mucho a don José Manuel el mundo al que ahora de forma implacable vamos deconstruyendo: odiaba la telebasura y, me dijo, que «sentía un rechazo instintivo por internet». Hijo privilegiado de la galaxia Gutenberg, asistía perplejo, con mucha inquietud y demasiada distopía, a esta nueva normalidad tan plana, tan negacionista de la verdadera cultura que él sin duda representó en grado sumo.

Descanse en paz.