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Cualquier obra de introducción a la historia de la ciencia que tenga algún sentido suele incidir en la necesidad de superar la grieta que tantas veces separa a la ciencia de las humanidades, recurriendo para ello a la consideración de las ideas científicas en un contexto histórico y filosófico. Algo que redunda en la vital contribución de la ciencia al pensamiento humano. Y uno de los pensadores que más esfuerzo ha dedicado a ello es Gerald Holton , físico e historiador de la ciencia, profesor emérito en Harvard, y autor de un libro, ‘Ciencia y anticiencia’ que, publicado en los 90, viene a mi juicio desde entonces deshaciendo equívocos en territorios cuyas lindes pueden parecer confusas. Holton, galardonado ahora con el premio Fronteras del Conocimiento, es rotundo en ciertas conclusiones que resulta muy, muy oportuno destacar en estos momentos que vivimos. Establece que a pesar de que la ciencia avance y la sociedad se beneficie de mejores tecnologías, ello no garantiza que la cultura general se desarrolle igualmente. La teoría general de este berlinés nacido en 1922 y forzado a huir del nazismo, hace hincapié en la constante interacción entre ciencia y cultura en ambos sentidos. Lo que no siempre ocurre en el mejor de los casos. Holton ha señalado en más de una ocasión que los grandes avances científicos registrados en la Alemania nazi no tuvieron paralelismo en una sociedad en la que por el contrario crecieron valores e ideas contrarias a la razón científica. Uno de sus pronunciamientos favoritos, «la ciencia debería atesorar la historia, y el estudio de la historia debería atesorar la ciencia», resulta suficientemente explícito en estos tiempos en los que tanto se relativiza el auténtico conocimiento.