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Una de las aparentes ventajas que presenta la judicialización de cualquier cosa, consiste en que a ojos del lego todo parece en principio de fácil resolución. Hay leyes, normas, reglamentos, y todo lo que haga falta, bueno, pues atenerse a ello ya asunto concluido. Ah, vana pretensión. Porque amén del enjambre de disposiciones están los jueces, los intereses más o menos legítimos pero siempre potentes, etc., etc.

El revuelo organizado por el anuncio de la Superliga, un show en sí mismo, y su posterior ‘castración’, si bien puede dar origen a conflictos por aquello de la competencia y el libre mercado, lo que hasta aquí entendemos los legos en la materia, también se diría que criterios para resolverlos los hay. Por ejemplo, ¿no es la Euroliga de baloncesto, que se disputa desde el 2000, el mismo caso? Sí, puede haber diferencias en lo económico, pero... Por otra parte, si se admite que ni la UEFA, ni la FIFA, disponen hoy de una norma específica que les permita sancionar a los clubs, entonces... Hasta aquí criterios y precedentes. Pasemos ahora a posibles soluciones, siempre atendiendo a los que entienden, y copiando casi al dictado.

Establecido que el fútbol europeo se basa en dos formatos mercantiles, la sociedad anónima y el club, su aproximación hacia el concepto de franquicia deportiva que rige en el mercado norteamericano parece deseable. De hacerse así, la gestión de los ingresos de televisión y taquilla se negociarían de acuerdo al resultado contable final, y no atendiendo a porcentajes pactados a principio de temporada, garantizando unos mínimos destinados a los económicamente más débiles. ¿A que parece fácil? Pero tanto no debe serlo.