TW
2

Al escribir este artículo, martes por la mañana, no se sabía el resultado de las elecciones autonómicas de Madrid. Pero si la ofensiva de la ultraderecha ha ganado, entonces hay que volver a mirar con lupa los análisis publicados estos días que apuntan a que se está en serio riesgo de acabar con la democracia. La democracia tal y como se entiende en la Europa Occidental de referencia, distinta a la laxitud que se consiente en algunos estados recién llegados del Este.

El PP ganador en Madrid, de Ayuso con la avenencia de Casado, es una amalgama de derechas antiliberales, en sentido tradicional de los partidos del bipartidismo de la Restauración en el siglo diecinueve, que está favor del conservadurismo social y político y es restrictivo en derechos y libertades, tanto individuales como colectivos. Se trata, ese PP de Ayuso convergente con Vox, de un eslabón importante en la nueva ola de neofascismo a la medida que recorre el mundo, cuya expresión más nítida son el trumpismo que sigue desestabilizando la democracia norteamericana (en Arizona vuelven a recontar dos millones de votos), y las ultraderecha de Le Pen, en Francia, y en Italia Salvini y Girogia Meloni (la ultraderecha sin tapujos de Hermanos de Italia), que según las encuestas preelectorales, tienen posibilidades de gobierno en ambos estados, fundadores y gestores del futuro de la Unión Europea.

En Madrid, el arrollador triunfo de Ayuso no habrá sido el de unas elecciones más del partido popular sino las primeras de Vox como aspirante a gobernar. Desde su aparición como partido se ha convertido en la versión cañera, el ariete, del ideario de la ultraderecha española reivindicando la herencia del franquismo; que nunca estuvo desmovilizada, sino silente y camuflada en los hilos que movían el Partido Popular.

De manera que resulta del todo explicable que según la última encuesta de Metroscopia (El País, 28/04/2021), el 78 por ciento del electorado del Partido Popular aprobaría una colación con Vox. Y eso es así por la propia génesis de Alianza Popular, luego PP, cuando Fraga unificó las etiquetas del franquismo. Y esa extrema derecha ha sabido conformar a medida el ideario de los populares que nunca aclararon su posición frente a la dictadura. Un pacto de no agresión que garantizaba que el PP siguiera siendo el refugio ultra hasta que el neofranquismo fundó su propia marca.

Estas elecciones de Madrid se han presentado como cruciales, casi como definitivas, para la derecha española. Porque realizadas en un clímax de irritación antisocialista, por la siempre mejorable gestión de la pandemia, pueden arrojar los mejores resultados de la historia para el PP madrileño y eso, según algunas simulaciones de extrapolación a escala nacional, supondría un escenario de mayoría de la derecha, con Vox, en unas próximas elecciones generales. Pero, también, lo relevante es lo que pueda significar en ese balance ideológico global de lavado y galvanizado ideológico de los neofascismos.

En las próximas elecciones generales nos jugaremos el futuro de la racionalidad frente a las fake news y falsos relatos que sirven solo para el día electoral. Constataremos si la ciudadanía es tan maleable y dúctil como piensan los estrategas de campañas o se recupera una parte de sentido y actitud crítica.

Si la derecha gana, y dependerá de por cuánto, se verá hasta dónde se rompe ideológicamente Madrid y, de paso, hasta dónde han triunfado los generadores de mercadotecnia electoral. Y si pasadas las efervescencias del día 4 se desinfla el suflé, como ocurrió con Boris Johnson tras ganar las elecciones y consumarse el ‘Brexit’.

De resumen, a España no la romperán los nacionalismos ni los soberanismos independentistas, sino la pretensión de convertir a España en un cortijo de Madrid.