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Los diputados de Més no dan en el clavo al reclamar el establecimiento de un cordón sanitario en torno a la sección balear de Vox. No está ahí el problema. La clave se encuentra en el espectáculo de la lluvia de balas por correo que ha teñido de ira y nervios la campaña electoral madrileña. El envío de proyectiles que antaño fueron reglamentarios en las fuerzas de seguridad y en el Ejército ha otorgado a la egocéntrica contienda capitalina un aroma de lejano y salvaje Oeste americano que evoca las viejas trifulcas de Kansas City o de Dodge, ciudades sin ley, con sus pistoleros, duelos, ensaladas de tiros cuando les cerraban el Saloon y donde, al final, se imponía la ley del más fuerte. Aquellos condados del Oeste, sumidos en el ruido y la furia y sublimados por las películas de Hollywood, eran, en esencia, tierra de promisión donde todo valía para ganar dinero. A su amparo acudían en caravana gentes de multitud de contornos americanos dispuestos a progresar al precio que fuese.

¿Y qué es el Madrid actual sino tierra de promisión? En los últimos cuarenta años, las dos Castillas –la Meseta entera– se están despoblando a pasos agigantados mientras en el pequeño territorio madrileño libre de impuestos ya se han concentrado cerca de siete millones de seres con un afán desmedido de vivir a lo grande, creyéndose con derecho a mirar por encima del hombro a la extensa, abnegada e indígena periferia. En Madrid se concentra todo (¡todo!) el aparato del Estado central, el poderío propagandístico e ideológico televisivo y radiofónico y la titularidad de las balas. Con las cananas bien dispuestas resuelven su afán de dominio a partir del principio básico universal de «quieto forastero o te abriré una ventana en la frente».

Més ha de entenderlo. El peligro no está aquí, sino en los Estudios Manzanares River. Es allí donde hay que colocar el cordón sanitario. Son capaces de todo por un puñado de dólares.