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Lo que más me desagrada de la tauromaquia no es el sangriento destino del bóvido, ni el arte de matar asociado al del engaño, sino el repelente lenguaje propio, muy contaminante, que ha generado la fiesta nacional infestando el diccionario de vilezas, frases tópicas y metáforas bovinas. Razón por la cual adquirió dicha fiesta la consideración de bien cultural, sin el que al parecer no se entiende la historia España desde la edad del bronce hasta los desplantes de Ayuso. Desplantes, esa palabra tan torera y española, de rabiosa actualidad en la lidia política y que ha transformado los telediarios en una sarta interminable de bravatas mirando al tendido, siempre coreadas con aplausos por la afición. A la afición le chiflan los desplantes, sobre todo en sede parlamentaria, y aunque los puristas llaman así a la actitud desafiante y chulesca del matador para rematar la faena cuando el toro ya está para el arrastre (algo estéticamente grotesco y petulante), la palabra desplante contiene tantos sinónimos en su interior (fanfarronada, desfachatez, arrogancia, afectación, etc.) que la hacen casi intraducible a cualquier otro idioma. De hecho, desplante es un vocablo tan español que no tiene equivalente en otras lenguas, y en su sentido originario de gallear ante un rival ya vencido y mofarse de él, hacer desplantes es a la vez infame y ridículo. Y exige además una modalidad extrema de cursilería (otra palabra muy española; según Nabokov , lo cursi sólo existe también en el ruso), a fin de convertir en sublime una necedad. Lo que más me desagrada de la tauromaquia, más incluso que su vocabulario tóxico, es su cursilona afectación. Todo el ritual es tan afectado como el de un debate electoral. Pero estábamos en los desplantes, recurso taurino que de un tiempo a esta parte constituye el grueso de las noticia políticas de cada día. Ya para lograr que los rivales entren al trapo, o para arrancar el fácil aplauso de la afición, y los votos, todo político español (o catalán) debe dominar el arte del desplante. A ello se dedican con afán. ¿Y se puede ser desafiante y cursi al mismo tiempo? Desde luego. Ayuso es la maestra. Sin descomponer nunca la figura, se dice en ese idioma.