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Como las previsiones meteorológicas son favorables, todavía hay tiempo de contemplar ese fenómeno de la superluna rosa. Si la luz de las farolas no lo impiden, desde las terrazas de restaurantes y cafeterías abiertas por fin, al calor de los amigos, se puede echar la vista al cielo para comentar el espectáculo, pero es mejor en solitario, después de la hora límite del confinamiento para que nadie moleste ni te haga aquello tan viejo de señalar con el dedo la posición del satélite ¡Mira qué grande, mira qué tono rosa! Algún mal director de cine lo ha hecho con un paisaje. Se lo decía en un debate en el Congreso Felipe González a Jose Mari Aznar, que tenía la pertinaz manía de magnificar lo evidente. Interesa la superluna rosa, no el dedo ni la exaltación de lo manifiestamente visible. Importa más lo que hay detrás de quien manda cartas de muerte por primavera. Importa más lo que la navaja y las balas esconden. No se habla de otra cosa. A ver si con este clima tóxico de odio, tensión y extremismo vamos a añorar aquellas campañas moñas de candidatos regalando flores, besando a niños asustados, estrechando manos anónimas de fruteros y pescaderas en los mercados populares. Es que frivolizan con los chantajes, se ceban contra un vigilante de Correos y un funcionario de Seguridad, intentan machacar el sistema nacional de protección, hablan de circo y montaje gubernamental y no tienen ni un gesto de apoyo a las víctimas de las amenazas. Son la gentuza belicosa de retaguardia que intenta resucitar el concepto de las dos Españas condenadas a enfrentarse. Les faltan los correajes, que diría el Alfonso Guerra de antes. Estos neofascistas solo merecen el desprecio de ignorarlos.