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Puesto que como habrán oído mil veces lo único que importa es el relato, y su impacto mediático, y el comentario es una modalidad de relato breve improvisado, ya de género fantástico, naturalista o costumbrista, esta es también la edad de oro de los comentaristas, tuiteros o tertulianos, que con un par de frases traídas por los pelos, sientan cátedra en casi todas las disciplinas y lideran el tal relato. Son los intelectuales del momento, los Aristóteles y Homeros del presente, la famosa República de los Sabios de Platón . República, por cierto, de la que otros más sabios abominan, y que cuando se ha ensayado resultó ser una pesadilla. Pero esa es otra historia; hablábamos de los comentaristas, y de su actual apogeo.

El mundo ya no consiste en hechos reales, sino en comentarios, y la cantidad de comentarios es más importante que su calidad. Incluso si hablamos de un novelista profesional, se valoran más los comentarios que hace de su novela, y los que suscita, que la novela en sí. Los comentaristas, naturalmente, en tanto que autores de relatos rápidos se sienten los amos, y a veces lo son, como vimos con Donald Trump , que puso el mundo patas arriba sin más que formular millares de comentarios en Twitter. En Catalunya y en Madrid gobiernan los comentaristas, y estos días se ha repetido mucho que el señor Iglesias , vicepresidente del Gobierno dimisionario, es un comentarista televisivo excelente, pero incapaz de gobernar ni a su partido, que se desmigaja. A mí me ocurre lo mismo; ni siquiera gobierno mis siestas, y eso que mis comentarios son bastante mejores que los suyos. Porque contar cuentos no es garantía de sabiduría, ni de solvencia política, ni de nada, como han demostrado en tantas ocasiones los escritores que pasan a la acción, y no aciertan ni una. El estoico Epicteto ya sabía hace dos mil años que no nos perturban las cosas, sino las opiniones que tenemos de las cosas. Los comentarios. De ahí que ahora los filósofos ya no se interesen por la existencia y la muerte, sino por los comentarios. Que comentan a su vez. Si la realidad consiste en comentarios, la filosofía también. El apogeo del comentarista, decíamos. ¿Y eso a qué conduce? Ah, ni idea.