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Resulta llamativa la atención que en los medios informativos del continente se está prestando ahora a las elecciones presidenciales en Francia, cuando no se celebrarán hasta el año próximo. Se diría que los analistas políticos pretenden ir ganando tiempo y adelantando trabajo ante el batiburrillo con el que se va a encontrar el elector a la hora de elegir. Y es que, verán, el panorama se presenta algo encapotado. Empecemos por lo más simple. Y ahí se halla un Sarkozy , ya condenado por corrupción y tráfico de influencias, que obviamente está descartado a la hora de competir pese a su intacta ambición. También entre los que no cuentan con posibilidades, pero pueden pesar en el ánimo del elector, encontramos a Manuel Valls , político de extraordinaria volubilidad que en principio dejó Francia porque ya le venía pequeña –ojo, por increíble que parezca llegó a ser primer ministro– y se instaló en España, buscando alcanzar algo así como una talla distinta, de XXL a XL, sin caer en la cuenta de que en el fondo su problema es la falta de talla. Hablando de posibilidades más serias, la izquierda francesa a pesar de sus intentos por unirse no logra la fuerza necesaria como para competir con Macron y Le Pen , por ahora los bien, mejor, situados. Socialistas, antes cemento de cohesión, comunistas, y verdes, no dan con la estrategia adecuada. Mientras, un Macron que ha decepcionado a los suyos y a los que podían haberlo sido, y la crisis que todo lo arrolla, juegan a favor de la ultraderecha de Marine Le Pen que está empezando a ganarse a una juventud que tiene por delante un largo trayecto electoral pero una corta memoria histórica. Fascismos y totalitarismos en general les quedan lejos a unos jóvenes de hoy que desearían ver más cercano ese futuro prometedor, inmediato, que se les aparece oscuro.