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Estamos muertos, compañeros. Nosotros, ¡los literatos de Facebook y editoriales independientes! ¡Los que ya tenemos una edad! Para los adolescentes no somos nada, no existimos. Y quien no llega a la juventud no es otra cosa que un muerto en vida. No es que nos odien –¡qué más quisiéramos nosotros!–, que quieran matarnos, desplazarnos, llevarnos la contra, qué sé yo. ¡Para nada! No saben ni que existimos. O sí, lo saben, pero de una manera superficial, como sabemos nosotros de la existencia de organismos minúsculos que se adhieren a la superficie de las cosas. No les interesa enfrentarnos porque para ellos no estamos dentro del juego. Nos quedamos fuera, el tiempo ya nos dio la patada, ciao .

Por bien que nos manejemos en las redes sociales y con la tecnología digital, nuestro espíritu es analógico. Creo que es la primera vez en la historia que los jóvenes no quieren aniquilar a los mayores. Somos, para ellos, simplemente, una parte inevitable del paisaje, como los cables del tendido eléctrico o los semáforos. ¿Quién quiere enfrentarse o superar a un semáforo? Por eso es tan ridículo querer jugar su juego. Por eso es tan ridículo escribir textos como el que acabo de escribir.