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En diversas ocasiones, la última en la magnífica serie que ha emitido IB3 Juan Carlos I, mitja vida a Mallorca , el expresident Cañellas ha contado cómo se fraguó el pacto del primer gobierno autonómico entre Coalición Popular (Alianza Popular, los democristianos de Alzaga y el partido liberal de Segurado) y Unió Mallorquina (1983). Jeroni Albertí y Gabriel Cañellas fueron llamados a Madrid convocados por Juan March , junior, quien les expuso las consecuencias que se derivarían de no formar gobierno.

En la coalición Unió Mallorquina con los liberales, Unió Mallorquina de Jeroni Albertí y el Partido Demócrata Liberal de Antonio Garrigues Walker , había un sector significativo que estaba por apoyar a los socialistas de Félix Pons . Socialistas y ‘populares’ habían conseguido 21 diputados, aunque el de Gabriel Cañellas era el primer partido con 2.700 votos más. Así, los 6 diputados de UM (4 de UM y 2 del PDL), más el diputado del PDL en Ibiza, daban la mayoría de gobierno. Ganaron las presiones de los March que tenían en un puño a algunos de los más estrechos socios de Albertí, vinculados a ASIMA, formándose el primer gobierno Cañellas, y el de UM en el Consell de Mallorca. Aquello motivó mi salida del PDL y de toda actividad política por un largo periodo.

Lo relevante de aquella intromisión de poder en la gestión política, fue la demostración de que se seguía funcionando como en la dictadura. Aquel bastión azulado, Balears, en la España de hegemonía socialista, sería fundamental para vertebrar el futuro Partido Popular.

El precio para la política local fue el progresivo deterioro de Unió Mallorquina, hasta convertirse en una agencia de favores, y, a escala nacional, el golpe de gracia que se dio al naciente Partido Reformista Democrático patrocinado por Miquel Roca y Antonio Garrigues; el proyecto más serio de construir un partido de centro político liberal y progresista.

El último intento de construir el centro, a parte del experimento personalista de Rosa Díez , ha sido Ciudadanos. Fundado en Catalunya, Ciutadans trataba de abrirse hueco entre al pujolismo y el socialismo catalanista, concurriendo a las elecciones autonómicas de 2006 con las divisas de socialdemócrata y antinacionalista; buscando el voto de los socialistas de origen no catalán, pretendiendo dividir la sociedad por origen geográfico, y reivindicando una España nacional, al estilo del nacionalismo francés, centralizador y uniformador.

Tras el éxito de su representación en las elecciones autonómicas de 2012, blandiendo su antinacionalismo férreo, y un nacionalismo español y excluyente, se presentó a las Generales de 2015, con la bandera de su centralismo jacobino y con un programa en el que estaba la eliminación del concierto vasco y el régimen foral de navarro.

Gestada, su estrategia, en los despachos de La Caixa y el patrocinio del grupo Planeta para su asalto a la política nacional (2015), modificó su ideología al gusto del nuevo electorado y se definió como liberal, neoliberal, aumentando un grado su jacobinismo; denunciando los regímenes forales de Euskadi y Navarra. Lo que ha pasado desde entonces está fresco en la memoria. Dios se hizo carne en Albert Rivera y el experimento estalló.

Pero el fracaso de Ciudadanos no es por la imposibilidad de que haya en España un espacio para un partido centrado y de equilibrios. De hecho, su primera política de alianzas autonómicas permitió que el electorado leyera que se estaba actuando con criterio y desde posiciones ideológicas propias, recompensándose con su mayor éxito electoral en abril de 2019. El desastre ha venido cuando las prisas por pisar Moncloa bajaron al suelo los principios y la coherencia, y se desataron las furias del oportunismo.