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El próximo 23 de mayo concluirán los 50 días de Pascua, con la fiesta de Pentecostés. Habremos tenido 50 días para madurar, reflexionar y asumir la gran noticia: ¡Realmente Jesús ha resucitado! En las cosas de Dios, la convicción y conversión necesitan un proceso para ir caminando en el interior de la persona. En este recinto sagrado, enseguida nos encontramos con los huéspedes o residentes habituales de esta singular morada: la memoria, el entendimiento con la imaginación y la voluntad. El primer paso, casi definitivo e imprescindible, es arreglar los asuntos de la memoria, que en definitiva son los residuos del pasado, de ayer o de hace años, que de una forma u otra influyen en el presente. Se trataría de eliminar los residuos malos para reducirlos al polvo del olvido y de la nada y de guardar cuidadosamente los residuos buenos. La misión del entendimiento sería estructurar la mejor forma de pensar y de ser. Finalmente interviene la voluntad: todo lo que pienso tiene que pasar por el corazón, para convertirse en sentimiento y determinación. Este caudal de energía interior se sintetiza en el apasionado prodigio del amor. «Dios es amor» (cf. 1Jn 4,8.16). En la mañana de Pascua, ante Jesús resucitado convergen todas las experiencias de fe que ha habido y habrá en la historia de la humanidad…