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Algunas de las cosas que no hago no las he hecho nunca, como discutir con idiotas, comer angulas, comprarme ropa, asistir a eventos, escalar montañas, navegar en cualquier acepción del término o usar teléfono móvil; otras dejé de hacerlas hace tiempo, de golpe o poco a poco, tales leer tonterías incluso si se trata de obras maestras, ir al cine, liarme con señoras, comer paellas, viajar, tener ideas, escribir libros, conducir vehículos de cuatro ruedas, conocer gente, caminar más allá de la esquina, guisar paellas o realizar ejercicio físico. En ningún caso las cosas que ya no hago tienen que ver con las restricciones de la pandemia; ya no las hacía antes, por decisión propia, por instinto o por olvido. Así dejé de ver partidos de fútbol, prestar atención a los telediarios y ser sociable; descartadas las veladas románticas y las cenas en grupo. Otra cosa que ya no hago es preocuparme por fruslerías, es decir, por la actualidad. Para qué.

Salir de la isla es otro disparate que he dejado de hacer. Ni loco me muevo de aquí. Todos morimos en el extranjero, pero al menos que sea un extranjero cercano. Jamás volveré a pisar un jodido aeropuerto. Hay un sitio en Valencia donde sí que me comería una paella, pero como no viajo ni salgo de Mallorca, pues fuera paella. Ya he guisado muchas, y comido más. Quisiera poder decir que ya no trabajaré, pero sería mentira, y además algo imposible. Desear cosas imposibles es algo que ya no hago, de ninguna manera, así que me conformaré con trabajar cada vez menos. Nada de escribir más de un párrafo al día; los libros que los escriban otros, y todos contentos. Ciertamente que me alegraría si ese párrafo sale como un salero de Cellini , con dragones cincelados en lugar de diosas desnudas, pero si no, tampoco pasa nada. Se puede poner la sal con los dedos, a hurtadillas. En definitiva, que otra cosa que ya no hago es salvar al mundo. Hay muchos voluntarios para eso, y muy tenaces. Así está el mundo. Alguien puede pensar que esto son cosas de la edad, y que estoy viejo y amargado. Para nada; viejo sí, pero más contento que nunca. Y cuantas menos cosas hago, más contento me pongo. Sólo de imaginar lo que no haré mañana ya me troncho.