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Los acontecimientos en Francia de los años 1870 y 1871 derivaban de muy antiguo, por lo menos desde la época de Napoleón , cuya política expansionista encendió hogueras de odio en toda Europa. Como reacción a esta política, en el Congreso de Viena los países vencedores de Waterloo reestructuraron el mapa de Europa, exigieron a Francia reparaciones de guerra, afianzaron los regímenes autoritarios absolutistas (frente a los liberales que ponían en la voluntad general el origen de la soberanía contra el «derecho divino» de los reyes) y se marcaron como objetivo la represión de cualquier movimiento contrario a los intereses de las clases dirigentes, movimientos que, sin embargo, tuvieron lugar con las revoluciones de 1830 y 1948. Cuando en este año se proclama la República (25 de febrero), las fuerzas moderadas procuraron frenar los necesarios avances sociales, como los Talleres Nacionales (concebidos para solucionar el creciente paro obrero), Talleres que la burguesía consiguió cerrar alegando su elevado coste. Esto provocó que miles de trabajadores se lanzaran a la calle en una insurrección parisina que fue sofocada por el general Cavaignac y costó la muerte de más de 1.500 personas y más de 11.000 arrestos.

La situación no se solucionó con el llamado II Imperio . Los pobres, desgraciados y oprimidos, seguían siéndolo todavía más con las guerra y la absurda política exterior de Napoleón III en Méjico y la innecesaria declaración de guerra a Prusia después de exigírsele a su rey (y jefe de la familia Hohenzollern) la renuncia para siempre de cualquiera de sus miembros al trono español debido al temor a la presencia de un soberano alemán en el Rhin y la presencia de otro también alemán tras los Pirineos y no reproducir de este modo la situación histórica del Imperio de Carlos V (siglo XVI).

El fracaso de Napoleón III en Sedan contra los prusianos fue un auténtico desastre. Supuso la sublevación del proletariado de París, víctima primordial de todos estos reveses políticos de los poderosos que, al sentirse amenazados y para acabar con la rebelión obrera, no dudaron en aliarse con sus enemigos, los propios prusianos, que dominaban entonces media Francia.

La inhumana situación de las masas obreras era entonces extrema. Ejemplo de ello: de cada 21.000 recién nacidos, 20.700 morían antes de cumplir los cinco años, según informe de Gosselet, un doctor de la época. La rebelión de la Comuna (de solo dos meses) acabará con una de las represiones más sangrientas de la Historia (fusilamientos en masa de millares de personas sin juicio alguno y utilizándose para ello, y por primera vez, ametralladoras para incrementar la efectividad de la masacre).

O sea, que con la Comuna tenemos el fenómeno histórico habitual: el de factores internos y externos interconectados para provocar situaciones extremas cuyas víctimas serán las de siempre: los peones de un juego de ajedrez macabro que nada tienen que ver con ellos. Estas situaciones extremas de traumatismo social lo complican siempre todo para desembocar en posteriores revoluciones cuyos resultados, como en 1917 en Rusia, serán catastróficos. Así que egoísmos, disparates y locuras de estúpidos llevan siempre al mundo a la perdición. Y, mientras tanto, ahí anda la historia sin que aprendamos nada de ella.