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Estoy trabajando en la construcción, veo pasar por delante de la obra un taxi que se para, deja una silla de ruedas. Tengo una hermana discapacitada, le dio un ictus, y pienso que bueno sería poder sacar a mi hermana, llevarla a la playa, pasearla aquí y allá. En esa misma obra los paletas encuentran una imagen del Corazón de Jesús al que le faltaba un brazo; digo madre mía, el taxi adaptado, con la silla, el corazón de Jesús al que le faltaba un brazo… ‘discapacitado’. Me digo demasiada coincidencia. A partir de ahí ya fue aquel Amor bajando llenándome, inundándome. Pensé: Podría estar con enfermos durante el día y luego por la noche con los pobres.

Cuando veo algún sin techo en la calle rápidamente me apunto dónde está para ir a visitarlo luego, cuando hacemos las salidas, proporcionarle pues aquellas cosas que puede necesitar: alimentos, medicinas, transporte a centros de salud, de acogida… Si ves a un hermano que está tirado en la calle, que está meado, si hay que cambiarle, arreglarle el cartón, buscarle otra cosa… lo que sea pero hay que ayudarle. Es llevarles ilusión, esperanza, ganas de vivir. Amor. Eso es lo que necesitan para salir de la calle y ya han salido un montón, pero primero hay que demostrarles que son muy amados por Dios». Eso narra, muy resumido, lo que hace Pedro, pero hay algo que él ni siquiera sabe que hace, y es desparramar su desbordante, estallante, contagiosa alegría, sus ganas de abrazar a todo aquel a quien él cree que puede ayudar: «Voy echando semillas donde Dios quiere que las eche y dejando que él actúe». Se llama Pedro, tiene un taxi, vive en Barcelona.