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Es posible que haya mucha gente escandalizada por los maniobreos llevados a cabo por las compañías farmacéuticas que a cuenta de la pandemia atienden con un celo extraordinario a sus intereses. Quizás los ahora escandalizados pensaban ingenuamente que al tratarse de negocios en los que anda de por medio la salud, el juego limpio está garantizado. Nada de eso. La industria farmacéutica se mueve por terrenos de lo más enfangados, haciendo necesaria la acción de las correspondientes autoridades. Un informe publicado por la Comisión Europea que llega hasta el 2019 establece que en los nueve años que le anteceden la citada Comisión ha abierto un centenar de expedientes al sector farmacéutico, acumulándose más de 1.000 millones en multas impuestas desde la UE. Los motivos son muy variados y todos ellos evidencian la falta de escrúpulos de los dirigentes de las compañías. Así, encontramos, desde actuaciones excluyentes encaminadas a retrasar el acceso al mercado de los fármacos genéricos, hasta prácticas de reparto de mercado o de fijación de precios, pasando por pactos entre empresas productoras de medicamentos originales y genéricos a fin de no comercializar los segundos en beneficio de los primeros, alcanzándose en esta escalada del sucio mercadeo al cobro de precios excesivos por medicamentos sin patente. Y todo ello, dejando de lado, pagos injustificados a las compañías, compra de tecnología a los competidores, y raros acuerdos sobre patentes. En momentos como los que vivimos, en los que se unen la falta de ética de unos fabricantes de medicamentos con la incompetencia de los gobernantes, ni siquiera vale la pena escandalizarse.