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Lo pesados que se van a poner los franceses al conmemorar el bicentenario de la muerte de Napoléon . Aún no hemos llegado al 5 de mayo y llevan ya tiempo debatiendo acerca de una figura por la que sienten debilidad incluso aquellos que cuestionan el lugar que debe ocupar en la historia. No resulta fácil situarlo. Pasó de ser un provinciano corso que, estando ya en una academia militar de Francia, veía a los franceses como unos extranjeros invasores de su isla a general victorioso, cónsul y emperador; todo en 52 años, de los cuales pasó seis en el destierro de Santa Elena. Napoleón tenía alguna vena de dictador, pero no hay que olvidar que, hijo del Siglo de las Luces, exportó la Ilustración y valores revolucionarios a una Europa que mantenía una estructura feudal. Es verdad que tras quitar de en medio a reyes absolutos colocaba en los tronos a miembros de su familia o mariscales de su Imperio, lo que le supuso ser odiado en el continente. Napoleón era fiel a esa idea patrimonial del poder tan de pequeña burguesía, consagrado por su madre, Leticia Ramonelli , quien al escuchar los comentarios que loaban a su hijo respondía: «Pourvu que cela dure» (con tal de que esto dure). Napoleón no fue ni el monstruo que pintaban sus adversarios ni el arquitecto de la grandeur francesa. Como explica Peter Hicks , se movió entre una Gran Bretaña que luchaba por el comercio y un cúmulo de países que pugnaban por defender sus intereses, no siempre legítimos. Francia le rendirá homenaje sin crucero a Santa Elena, por lo que ya saben. También restaurarán su tumba y seguirán pronunciando su nombre con algún respeto.