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En Brasil, un colegiado espera el inicio de un partido de fútbol en el círculo central, dando pasitos en torno al balón, mirando de refilón a jugadores y linieres, que pasan a su costado correteando y a lo suyo y, de repente, plaf, el tipo se la saca y orina. Ni pudor, ni recato, ni niño muerto, y eso que uno de sus asistentes era mujer, y al susodicho árbitro ni se le ocurrió dirigirse a una esquina para no ser tan visible. Aquí estoy yo y aquí está mi herramienta, no el pito que llevo en la boca sino el de abajo, y, hala, orino aquí porque para algo ordeno y mando y si me replican tarjeta roja, nos ha jodido, y penalti-gol es gol.

No sería raro que un día un diputado hablando sobre la pandemia, por ejemplo, se excusa ante la Cámara, se baja la cremallera y pega la gran meada mirando directamente a su rival, sea derecha o izquierda. O que llegando las fiestas navideñas alguno imite a un ‘caganer’, con el rollo de la nostalgia del Belén de cuando era niño y cantaban villancicos, etc. y deje un buen pastel en medio del hemiciclo. Al menos nos haríamos unas risas y nos daría por pensar que son seres parecidos a nosotros, no del todo humanos, sino más bien emparentados con las bestias, las malas, pero yo que sé, también tienen sus necesidades. ¿Y qué les parece ese barrendero que vendía cocaína mientras curraba? Voy por ahí con mi escoba barriendo, tra la la, y, oye, por aquí me piden un gramito, no dos, y allá, el vecino del primero, tres. Y se me ocurre que en el Congreso un diputado se podría hacer un buen sobresueldo. Ya que duermes tanto mientras los otros sueltan su rollo, mira, por un precio módico, compi, ahí tienes una rayita fina y reluciente, para que no ronques ahora y luego, cuando salgas en escena, no nos obligues a los demás a imitarte, pedazo de plasta.