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Llevamos un año entero de zozobra y de aislamiento, inclusive hemos olvidado a muchos amigos y familiares a quienes ni tan siquiera llamamos por teléfono para saber cómo se encuentran de salud y ánimo. Es tanta la desidia que arrastramos que hasta nos da pereza arreglarnos, total, no vemos a nadie, ni nadie nos ve. Al principio del confinamiento y cierres de bares, tiendas y hacer cola para comprar, cola en el banco, cola en la farmacia todavía nos sentíamos fuertes creyendo que este virus se extinguiría rápidamente, pero resultó que no fue así, todavía hoy continuamos con los contagios y fallecimientos.

No se nos ocurre pensar en los países pobres de África, Asia, América Latina u otros pequeños países y tampoco sabemos nada de los migrantes que llegan a nuestras costas, y de tantos que ni llegan. El Mediterráneo se ha convertido en un cementerio para inmigrantes. Y, por si fuera poco, en los campamentos habilitados para cuatrocientas personas actualmente hay más de dos mil. Solamente nos preocupa la COVID-19, el resto de enfermos, desvalidos y migrantes tardan meses en ser recibidos.

No somos conscientes de que mientras la vacunación no llegue a los millones de refugiados, desplazados internos y apátridas, y que entren en los planes de extinción de la COVID-19, este virus no tendrá fin, ni los contagios ni los fallecimientos. Debemos abogar por la inclusión equitativa de los migrantes con derecho a la vida… Esperar a que los desastres se desaten no es una opción dice Grandi , Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados, y añade, que necesitamos invertir ahora en los recursos imprescindibles para evitar desplazamientos adicionales por el clima y otros conflictos, como guerras, violencia comunal, criminal y política (suman 8,5 M); desastres naturales: tormentas, inundaciones terremotos, incendios (suman 29,4 M); o nuevos desplazamientos internos (suman 33,4 M). Un panorama desolador que deberíamos comprender.

Resulta vergonzoso que nuestros gobiernos se dediquen a pelear unos contra otros, cercenándose a insultos, mentiras y estrategias aviesas en pleno Congreso. Los parlamentarios se dan un revolcón en la basura. El poder les ciega, y el dinero también; la gobernanza es inexistente, débil; su finalidad es conservar el sillón in aeternum . Mientras los países pobres malviven, están enfermos y muchos ciudadanos viven a la intemperie, los políticos sólo piensan en sus empresas, olvidando a medio mundo. Tan duros somos que ya no sabemos llorar. Otros lloran lágrimas para beberlas.